Capítulo 10
Antes de que alguien pudiera responder, un nuevo personaje irrumpió en el jardín. Era el mismísimo Joaquín, sin su sombrero ladeado y sin su cigarrillo colgando de los labios, canturreó con voz rasposa:
- «Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, y seguimos debatiendo sobre la esencia del ser… ¡Qué manera más absurda de perder el tiempo, colegas!»
La confusión aumentaba. Los filósofos griegos se miraban con desconcierto, mientras Nietzsche reía a carcajadas y Sartre encendía otro cigarrillo con nerviosismo.
En medio del caos, un portal temporal se abrió de nuevo, y aparecieron cuatro jóvenes con trajes elegantes y melenas revolucionarias. Eran los Beatles, que con sus guitarras virtuales comenzaron a tocar «All You Need Is Love», mientras Yoko Ono flotaba etéreamente a su alrededor, cantando melodías incomprensibles.
El jardín se transformó en una discoteca psicodélica, con luces cegadoras y ritmos frenéticos. Los filósofos bailaban descontroladamente, mezclándose con avatares de personas de todas las épocas y culturas. La discusión se había convertido en un himno a la locura y al desconcierto.
De pronto, un silencio sepulcral se apoderó del lugar. La música cesó abruptamente y las luces se atenuaron. En el centro de la escena, un hombre de aspecto sereno, con una larga barba blanca y una túnica sencilla, se materializó frente a los filósofos. A su alrededor, el jardín se transformó en un paisaje montañoso, con pinos imponentes y un cielo estrellado. Un hombre con barba poblada y mirada serena se acercó al grupo. Vestía una túnica sencilla, pero su porte desprendía una innegable aura de sabiduría. Era León Tolstói, o al menos eso parecía. En ese preciso instante, Sócrates, con su inconfundible curiosidad, interrumpió:
- «Perdonad mi intromisión, venerable anciano, pero vuestro rostro me resulta extrañamente familiar. ¿No seréis, acaso, un viejo conocido oculto tras esa barba?»
El supuesto Tolstói sonrió con picardía, un brillo travieso en sus ojos.
- «Maestro Sócrates, vuestra perspicacia es legendaria. En efecto, no soy quien parezco. Observad con atención…»
Con un gesto rápido, el hombre se quitó la barba postiza, revelando un rostro juvenil y una cabellera rizada. Los filósofos se miraron asombrados.
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