Capitulo 4
En un café existencialista de Saint Germain des Prés
El humo denso del Gauloises y el aroma a café recién hecho llenaban el ambiente del Café de Flore, en el corazón de Saint-Germain-des-Prés. Sócrates, Platón y Aristóteles, con sus túnicas blancas un tanto fuera de lugar entre los intelectuales parisinos de 1953, observaban con fascinación la escena.
Simone de Beauvoir, con su cigarrillo humeante y su mirada intensa, discutía animadamente con Jean-Paul Sartre sobre el existencialismo y la libertad.
- «¡Esta sociedad burguesa nos asfixia con sus normas y convenciones!» -exclamaba con pasión-. «¡Las mujeres somos más que musas o amas de casa! ¡Necesitamos un espacio para expresar nuestra propia voz!»
Jean-Paul Sartre, con su habitual intensidad, asintió:
- «¡La libertad se conquista, Simone! ¡Hay que romper las cadenas de la moral tradicional y crear nuestros propios valores!»
De pronto, la puerta del café se abrió de golpe y una figura imponente, con barba poblada y túnica desgastada, irrumpió en la escena. Era Friedrich Nietzsche, que con una carcajada estruendosa proclamó:
- «¡Abajo los débiles y los resentidos! ¡La vida es para los fuertes, para los que se atreven a crear más allá del bien y del mal!»
El ambiente se encendió. Albert Camus, con su característica serenidad, intentó apaciguar los ánimos:
- «Calma, colegas. No olvidemos que la rebeldía debe ser lúcida y comprometida con la justicia. ¿Acaso la libertad individual justifica la opresión de los demás?»
Michel Foucault, con su mirada penetrante, analizó la situación:
- «El poder se esconde detrás de cada discurso, de cada norma. Debemos desenmascararlo y construir nuevas formas de subjetividad.»
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