capítulo 12
- «¿Un nuevo relato?», interrumpió Nietzsche con ironía. «¿Acaso el «superhombre» necesita de relatos para afirmar su voluntad de poder?»
- «No se ofenda, Friedrich», respondió Harari con calma. «Me refiero a un relato que nos una, que nos impulse a superar las viejas divisiones y a construir un futuro común. Un relato que nos permita trascender nuestras limitaciones y alcanzar la inmortalidad.»
- «¡Ja! ¿Inmortalidad?», exclamó Kierkegaard con un tono dramático. «Eso es una ilusión, una fantasía para escapar de la angustia de la existencia. La inmortalidad solo se alcanza a través del salto de fe, de la aceptación de lo finito y la trascendencia espiritual.»
- «No estoy de acuerdo, Søren», replicó Harari. «La inmortalidad ya no es un concepto religioso o metafísico. La ciencia y la tecnología nos están acercando a la posibilidad de vencer la muerte, de alargar la vida indefinidamente. Y OOO, con su capacidad para conectar a las personas y preservar sus historias, puede ser una herramienta para construir una especie de inmortalidad colectiva. El relato religioso tradicional, el que aceptamos hasta hoy, para “probar” la existencia de la inmortalidad, hay que pasar por la muerte. Hoy el nuevo relato consiste en salir a buscar la inmortalidad, no es necesario morir»
- «¡Un relato científico sobre la inmortalidad!», exclamó Marx con ironía. «La alienación del hombre moderno alcanza nuevas cotas de delirio.»
- «No se trata de un delirio, Karl», respondió Harari pacientemente. «Se trata de utilizar la razón y la tecnología para superar nuestras limitaciones y alcanzar un nuevo estado de ser. OOO, al permitirnos expresar nuestras ideas y conectar con otros, nos ayuda a construir un legado que trascienda nuestra propia mortalidad.»
El debate se encendió, con los filósofos expresando sus diversas perspectivas sobre la inmortalidad, la tecnología, la religión y el futuro de la humanidad. Y en el centro de la discusión, OOO, el mural digital global, se alzaba como un símbolo de la búsqueda de un nuevo relato, un relato que nos permita trascender nuestras limitaciones y construir un futuro donde la inmortalidad sea una posibilidad real.
Y allí, en medio del revuelo filosófico, se encontraba el enigmático creador de OOO. O al menos, eso suponíamos. Era difícil discernir su figura entre la maraña de cables, chips, antenas y pantallas que parecían brotar de su ser como enredaderas digitales. Un flujo constante de electrones orbitaba su cabeza, mientras extraños símbolos binarios se proyectaban sobre su rostro, cambiando con la velocidad de un microchip sobrecalentado. Si no fuera por el leve resplandor azulado que emanaba de sus gafas de realidad aumentada, habría pasado completamente desapercibido entre la parafernalia tecnológica. «Parece un cíborg extraviado de una ópera espacial punk», susurró Nietzsche con una sonrisa divertida.
La luz del ágora digital se desvaneció en un parpadeo, reemplazada por el suave resplandor de las lámparas de un café parisino. El aroma a café recién hecho y Gauloises llenó el aire, mientras los filósofos, aún conmocionados por el repentino cambio de escenario, se encontraban sentados otra vez en las mesas de mármol del Café de Flore, en pleno Saint-Germain-des-Prés.
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