El Cantautor y el Creador
El calor de Madrid en pleno 15 de julio de 2025 no era un calor de sol, sino un aire pesado que vibraba con el eco de siglos. Las persianas bajas del bar teñían de un ocre melancólico el interior de la Taberna de La Dolores, un refugio de azulejos antiguos, cañas de cerveza helada y el tintineo constante de un barullo que se negaba a callar. En una mesa arrinconada, bajo la luz tenue de una bombilla sin pantalla, un hombre de voz rasposa, con sombrero de ala y una sonrisa torcida, garabateaba versos en una servilleta de papel. Un vaso de whisky con hielo que sudaba melancolía era su única compañía. Era Joaquín Sabina.
Juan Carlos, el Chorote, se sentó frente a él. Llevaba una chaqueta de lino ligero que no disimulaba del todo el artilugio que vibraba sutilmente en su muñeca, una pequeña esfera de metal pulido y filamentos luminosos. No era un mapa, sino una llave.
—Buenas noches, maestro. ¿Se ha perdido el norte?
Sabina, sin levantar la vista, refunfuñó:
—El norte, el sur y el este, amigo. Hace años que la brújula de mi alma se volvió loca. ¿Acaso tienes un mapa para un náufrago?
—Puede ser —dijo Juan Carlos, deslizando su artilugio de realidad aumentada sobre la mesa—. Mi mapa no apunta a coordenadas geográficas, Joaquín. Apunta a las del alma.
Sabina, picado por la curiosidad, levantó la mirada. Sus ojos, profundos y cínicos, se detuvieron en el artefacto que Juan Carlos hacía girar con el dedo. —¿Y qué es esa… tómbola tecnológica? ¿Acaso vende remedios para el desamor? Porque de eso, créeme, nos sobran los motivos para saber que no hay antídotos.
—Vende algo más potente. Una idea. Mi proyecto se llama Out Of Office. Es un Mural Digital Universal. Píxeles que son almas, imágenes que son versos, y un propósito que es un himno.
Sabina, con una ceja arqueada, encendió un cigarrillo. La ironía era su combustible.
—Así que, ¿en vuestro tiempo, los poetas ya no escriben canciones, sino que suben fotos a un muro? ¡Qué gran progreso! ¿Y el dolor, el amor, la traición? ¿Acaso eso también se digitaliza y se vende en píxeles? Yo prefiero el bulevar de los sueños rotos al bulevar de las fotos.
—No se vende el dolor, maestro, se le da una voz —respondió Juan Carlos con una convicción que sorprendió a Sabina—. El Mural Digital Universal es una usina de contenidos. Los ciudadanos, a través de una imagen y un texto, expresan lo que sienten, lo que les duele, lo que les da alegría. Y esa usina, alimentada por los aportes de todos, genera un fondo para fines sociales. No solo se hace arte, se hace bien.
Sabina sonrió, una sonrisa de quien ha escuchado una verdad a medias. —¿Y quién decide qué es arte y qué es bien? ¿Un algoritmo? ¿Un burócrata? ¿La misma manada que aplaude las mediocridades? Me temo, joven, que el arte, como la vida, así no va la cosa.
—Usted mismo ha dicho que el arte es un diálogo, maestro. ¿No le gustaría tener ese diálogo con la historia misma? El Mural, en esencia, no persigue un resultado estético concreto, lo importante es el noúmeno, lo que está detrás de cada contribución. Es un collage de imágenes que, magnificado en pantallas gigantes en estadios de fútbol o museos, le permite a cada participante mirarse al espejo y ver su aporte en el todo.
El rostro de Sabina se endureció de golpe. —¿Murales en estadios? ¡Ya veo! El pueblo, enajenado por el espectáculo, creyendo que su imagen en una pantalla les da un poder que no tienen. Me recuerda a una vieja canción que, por lo visto, no ha envejecido nada.
—Pero no es un poder de uno sobre los otros, maestro. Es un poder que reside en todos —insistió Juan Carlos—. El Mural Universal se construye con la contribución consciente de cada individuo, que se atreve a mostrarse vulnerable y a compartir un fragmento de su alma. En contraposición a la Inteligencia Artificial, una obra que la humanidad ha construido de manera inconsciente, sin ser plenamente consciente del poder y las implicaciones de lo que ha creado.
—¿Y los derechos de autor de esas imágenes? ¿Acaso no es una nueva forma de que el poderoso se apropie del trabajo del humilde? —interrumpió Sabina, su voz ahora más punzante.