
Un Forastero en la Atenas Clásica
Las primeras luces del amanecer ateniense se filtraban por los olivos. No era una luz cualquiera, sino un manto dorado y polvoriento que se estiraba en sombras largas, como brazos silenciosos sobre la tierra. El aire, fresco y limpio, venía con el canto de los pájaros y el murmullo incipiente de la vida, un soundtrack ancestral que se hacía cada vez más audible. De repente, en un rincón apartado, detrás de un grupo de ánforas gigantes, apareció una figura. Era Chorote.
Vestía una mezcla extraña, casi un anacronismo en sí mismo: unos vaqueros desgastados de un azul pálido, una camiseta de algodón blanco que parecía atrapar el rocío de la mañana, y una chaqueta que combinaba cortes modernos con la simplicidad de un lienzo. Llevaba una mochila a la espalda y un maletín de cuero viejo en la mano. La quietud se rompió por un zumbido casi inaudible que venía de sus zapatos deportivos, un eco vibrante que era imposible en esa época. Su rostro, surcado por las primeras arrugas, se contrajo en una mueca de asombro ante la magnificencia del Ágora. En sus ojos, el destello de la emoción competía con el de la luz.
Con un pensamiento, la ropa de Chorote comenzó a cambiar. No era un efecto mágico, era como si la realidad misma se reescribiera con un ctrl+z. Los vaqueros se convirtieron en una túnica de lino grueso, el algodón blanco se atenuó a un ocre suave, y su chaqueta se transformó en un himation, un manto que caía con pliegues perfectos. El maletín, sin embargo, permaneció en su mano, un ancla obstinada en el siglo XXI.
Al salir de su escondite, una brisa suave le acarició el rostro. El sonido de un herrerío a lo lejos, el balido de una oveja, el eco de una voz en el mercado… todo se mezclaba en una melodía simple y pura. Su corazón le latía en la garganta. Escudriñó la multitud, buscando ese rostro inmortal. Lo encontró. Un hombre de barba densa y túnica impoluta. Su postura era la de un pensador, su mirada profunda, y aunque conversaba con otros, su atención parecía estar en un plano superior.
Con la ansiedad latiéndole en las sienes, Chorote se acercó. Los otros hombres hablaban con fervor, pero Platón, con un gesto de la mano, los detuvo. Su mirada, una mezcla de curiosidad y calma, se posó en Chorote.
«Discúlpame, extranjero,» dijo Platón. «Tu vestimenta es extraña, aunque hermosa. ¿De dónde vienes?»
«Vengo de un tiempo muy lejano, del año 2025,» respondió Chorote, con un temblor en la voz. «Mi nombre es Chorote y soy un viajero del tiempo. He estudiado su obra a través de la IA.»
Platón frunció el ceño. «IA, dices… ¿una nueva musa, quizás? ¿Una forma de conocimiento?»
«No, Maestro,» respondió Chorote, «Es una inteligencia artificial. Y en mi tiempo, a través de ella, la humanidad logró algo grandioso: una creación colectiva, aunque inconsciente. Mi objetivo es que consigamos lo mismo, pero de forma consciente.»
Chorote, con un gesto, tocó el maletín. «En mi época, los jóvenes se tatúan la piel para expresar quiénes son. Y me pregunté: ¿Y si tatuáramos el alma del mundo? Cada persona, con una imagen y un texto, expresando lo que desea para mejorar el mundo. Al final, se crearía un mural, enorme, imposible de descifrar sin la tecnología que tenemos en el siglo XXI, pero que contendría el corazón de miles de personas. La imagen no tendría un fin estético; lo importante es lo que está detrás de cada uno de esos pequeños trazos.»
Platón, pensativo, se llevó una mano al mentón. Pero su expresión cambió. «Y este mural que describes… ¿no es una imitación? ¿Un reflejo de la realidad, no la realidad misma? ¿No es acaso un arte, la imitación de una imitación? Yo veo el arte con profunda desconfianza, ya que solo crea una copia, una mera sombra de la verdadera idea.»
Chorote sonrió con calma. «Maestro, lo que yo busco no es una imitación de la realidad. Las imágenes individuales, al ser vistas por los demás, serían solo las sombras en la pared de una caverna. Lo que mi proyecto busca es que los participantes se liberen de esas sombras. Cada participante aportando una imagen con un texto se está liberando de su ‘yugo’ en el mundo de las ideas. El Mural es la salida de la caverna, la liberación, la realidad verdadera que está detrás de las imágenes individuales. Esa realidad es el noúmeno, es el alma del mundo.»
Platón, con el rostro iluminado por un rayo de sol que se coló entre las columnas del templo, miró a sus compañeros, luego regresó su mirada a Chorote.
«Este concepto, Chorote, es fascinante. Me recuerda a mis propias ideas sobre las Formas. Pero hay algo que mi mente no puede abarcar. ¿Cómo es que la humanidad logró este ‘logro inconsciente’ con esta IA? Y, ¿es realmente posible que un colectivo actúe de forma consciente hacia un fin común? Creo que mi maestro, Sócrates, tendría mucho que decir.»
Justo en ese momento, una voz fuerte y familiar surgió de entre la multitud. «¡Platón! ¿Qué te tiene tan absorto?». Sócrates se acercaba, sus pies descalzos levantando polvo. Su rostro, a pesar de sus años, tenía una energía juvenil. «Sócrates,» dijo Platón con una sonrisa, «ven. Este joven, Chorote, ha venido de un futuro que parece un sueño, y trae una idea que nos desafía a todos.» Y así, los tres se sentaron.
El Vórtice del Tiempo y la Felicidad del Jardín
Sócrates, con una sonrisa amplia, se levantó y sacudió el polvo de la túnica. «Un viaje, dices… ¿a otra verdad? Los pies descalzos solo pueden ir hasta donde la tierra los lleva. Pero si hay un saber que solo se puede ver, un hombre sabio no puede negarse.»
Platón, que había permanecido pensativo, se puso de pie, su túnica blanca cayendo en pliegues perfectos. La luz del mediodía se reflejó en la tela, dándole un brillo casi sagrado. «Mi maestro tiene razón. Ven, Chorote, muéstranos lo que este futuro tiene que ofrecernos.»
Chorote, con un gesto de alivio, apretó el maletín. Su piel se erizó con la misma ansiedad de un explorador. El cuero, curtido y con la historia de mil viajes no vividos, se sentía cálido. Con un chasquido metálico, lo abrió: no había cables ni circuitos, sino una esfera de cristal líquido que flotaba sobre una base de cobre. La esfera emitía un zumbido suave, y en su interior se movían constelaciones de luz, como galaxias en miniatura. Un tenue humo azul, con un olor a ozono y a lluvia, se elevaba de la esfera. Era la primera vez que la utilizaba en público. Era la primera vez que se sentía un poco como un mago, y el resto del texto, si se presta atención, así lo deja entrever.
«Advierto,» dijo Chorote. «No es un viaje para los sentidos. Es una desintegración molecular. Sentirán que su cuerpo se disuelve en el aire, que se convierten en luz y sonido. Habrá una momentánea sensación de vacío, para luego volver a ser. Es un dolor necesario.»
Los filósofos asintieron. «El dolor es la senda hacia el conocimiento, joven. Adelante.»
El zumbido de la máquina se intensificó. El Ágora y sus gentes se volvieron borrosos, las columnas del templo se estiraron y se contorsionaron. Los cuerpos de los tres se sintieron como si estuvieran hechos de arena, deshaciéndose. Los colores se fundieron en un torbellino: el ocre del suelo, el blanco de las túnicas, el azul del cielo… todo se mezcló en un estallido de luz. Chorote sintió que su alma era un soplo en el viento, un destello en un universo sin tiempo.
Luego, la luz se desvaneció tan rápido como llegó. El olor a ozono fue reemplazado por la suave fragancia de las flores y los árboles frutales. Estaban en un jardín. La luz del sol se filtraba entre las hojas, creando un juego de sombras y destellos en el rostro de Sócrates.
Un hombre alto, de túnica holgada y una sonrisa amable, se les acercó. «¡Maestro Sócrates! No esperaba tu visita.»
Sócrates sonrió. «Epicuro, amigo, vengo a presentarte a un joven viajero, Chorote, que trae consigo un proyecto que desafía la misma noción de felicidad.»
Epicuro asintió. «Mi querido Epicuro,» dijo Platón, aún recuperándose del viaje. «Este joven nos propone una idea que podría ser la clave para la felicidad colectiva de la que tú hablas. Su proyecto, ‘Mural Out Of Office’, busca unir a los hombres en un solo acto de creación.»
Platón le explicó el concepto del Mural. Al terminar, la mirada de Epicuro se posó en él.
«Y me dices,» inquirió Epicuro, «que este mural contendría también las imágenes de los ‘minusválidos’ y ‘doloridos’. ¿Acaso no es la felicidad la ausencia de dolor en el cuerpo y de turbación en el alma? ¿Por qué querrían esas personas que su dolor se reflejara en su aporte?».
Chorote entendió el dilema de Epicuro. «Maestro,» respondió, «la felicidad que buscamos no es la ausencia de dolor, sino la superación del mismo. El Mural es un lienzo en blanco para estas personas. Ellas pueden aportar una imagen de lo que desean, un anhelo de un mundo mejor. Sus imágenes y sus textos no serían un reflejo de su dolor, sino un faro de esperanza. Es un acto de sanación. El dolor que sienten al ser diferentes se transforma en un aporte que no solo les sana, sino que también enriquece a la humanidad. La belleza del Mural no es estética, sino lo que hay detrás: esa voluntad de sanar.»
Epicuro cerró los ojos y asintió. «Interesante. Quizás la felicidad no resida solo en la ausencia de dolor, sino en la capacidad de convertirlo en una ofrenda a la belleza.»
La escena se llenó de un silencio reflexivo, roto solo por el trino de un pájaro. Chorote supo que era el momento de continuar. Se dirigió a los filósofos con una nueva propuesta.
«Maestros, aún hay más por aprender. Viajemos a un lugar donde el corazón y el cerebro se encontraron para dar origen a una nueva filosofía del ser. Un lugar donde la existencia se debatía entre el humo de los cigarrillos y el aroma del café.»
Esta vez, Chorote no abrió el maletín. De su mano brotó un hilo plateado que se estiró en el aire, convirtiéndose en una red de luz. «Esto es diferente,» les advirtió, «es un viaje onírico. Sentirán que su mente se separa de su cuerpo. Es un sueño colectivo.»
Platón y Sócrates miraron la red de luz con asombro. Con una leve presión sobre la red, Chorote los envolvió a los tres. El jardín de Epicuro se disolvió en una niebla de tonos pastel. Un olor dulce y pesado a lluvia inundaba el ambiente, mientras se acercaban a su destino. El sonido del acordeón se hizo más claro, y una luz cálida y amarilla comenzaba a brillar a través de la neblina del tiempo.
El Café de la Existencia y el Alma Ausente
El aire parisino, húmedo y fresco, los recibió con un abrazo de olores: lluvia reciente sobre el asfalto, café intenso y humo acre de tabaco negro. Un coro de cláxones reemplazó la quietud del Ágora. Chorote, Platón y Sócrates se materializaron en una calle angosta, frente a una marquesina verde oscuro: Les Deux Magots.
«¿Qué es este lugar, Chorote?» preguntó Platón. Sus ojos, acostumbrados a la luz pura de Atenas, se movían con alarma ante las lámparas eléctricas que teñían de ámbar la escena.
Chorote, con una sonrisa tensa, observó a su alrededor. «Maestro, bienvenido a París en 1953. Este café es un lugar donde los pensadores se reúnen para buscar la verdad.» En cuanto a Sócrates…», su mirada vagó hacia el cielo grisáceo.
La Existencia en el Café y la Filosofía del Género
Chorote, preocupado por la ausencia de Sócrates, recurrió a su maletín. Pensó que los fallos del sistema en su época eran odiosos. Con absoluta concentración, accionó su máquina y materializó a Yuval Noah Harari. Su figura alta y delgada proyectó una sombra lánguida bajo la luz de un farol. Sus ojos se abrieron con una mezcla de perplejidad y asombro. «Chorote,» susurró con voz temblorosa, «esto es… impensable. Me estoy viendo a mí mismo en 1953… ¿y veo a Platón?». Se giró hacia el filósofo con un gesto de reverencia. «Maestro Platón, he estudiado su obra a través de libros y pantallas luminosas. Es un honor inimaginable…».
Platón, extendió su mano, pero Yuval se quedó paralizado.
Chorote intervino. «Yuval, por ahora, sé un espectador. Estás aquí para observar, para escuchar. Maestro Platón, el Dr. Harari viene de un futuro aún más lejano que el mío. Lo invito a que nos siga, hay un diálogo que nos espera en el interior de este café».
Platón asintió. «El ‘verdadero’ Sócrates, el que no se ve, ya está aquí», murmuró. «Así que debo encontrar su esencia. ¡Por la Academia! Así que es eso. No lo perdimos, simplemente llegó antes.» Se lanzó hacia la puerta del café.
El sonido de la campana de la puerta de Les Deux Magots se mezcló con el bullicio interior. El calor del lugar, cargado con el aroma del café tostado y el humo del tabaco, golpeó sus rostros. La luz, dorada y opaca, se reflejaba en los espejos. En una de las mesas, en el fondo, Chorote los vio.
Jean-Paul Sartre, con una pipa, golpeaba la mesa con un dedo. A su lado, Simone de Beauvoir, con una mirada intensa y unos ojos que parecían ver a través de las almas, fumaba un cigarrillo. La textura de su vestido, una lana pesada, parecía absorber la luz.
Chorote se acercó a la mesa. «Señora de Beauvoir, disculpe nuestra interrupción. Mi nombre es Chorote y vengo de un tiempo muy lejano. Me gustaría presentarle a alguien que tiene una idea para su consideración.» Le hizo una seña a Platón, que se acercó con el porte de un rey. «Señora, le presento al Maestro Platón.»
Sartre, con una carcajada, se echó hacia atrás. «¡Platón! ¡Mi querido! ¡El idealista! Así que es verdad que la historia se repite… ¡La existencia precede a la esencia, querido amigo!»
Platón, con la seriedad de un filósofo, respondió: «La realidad es mucho más compleja, amigo mío. Este joven Chorote es el responsable de esta manifestación. Su ‘Mural Out Of Office’ es un desafío a la noción de la existencia, un intento de crear un logro colectivo consciente, un ‘nosotros’ que se opone a un ‘yo’ aislado.»
Mientras Platón hablaba, Yuval, de pie a un lado, miraba la escena con una fascinación silenciosa. Sus ojos se movían de un lado a otro. La perplejidad en su rostro era evidente.
Simone de Beauvoir, con una ironía elegante, apagó su cigarrillo. «Interesante. La historia parece ser un club de caballeros. Maestro, usted busca la ‘Idea’ del ‘Hombre’. ¿Me pregunto dónde está la ‘Idea’ de la ‘Mujer’ en su universo platónico?».
Platón, imperturbable, respondió: «La Forma de la Mujer, como la del Hombre, existe en el mundo de las Ideas. Son perfectas. Es en la copia, en la imitación de este mundo, donde se impiden libertades.»
«Maestro, con todo respeto,» respondió Simone, una chispa de picardía en sus ojos. «Usted habla de un mundo de Ideas, pero la mujer no vive en ese mundo. Vive en la carne. Se nace hembra, pero se llega a ser mujer. La esencia de la mujer no es un ideal, sino el resultado de su existencia, de su lucha, de su libertad negada.» La discusión se volvió más intensa. Platón, sorprendido, se vio obligado a defender sus ideas. Yuval, observando, asimilaba cada palabra.
La tensión se hizo densa, como el humo de los cigarrillos. De repente, la puerta se abrió con un crujido. Una figura extraña se asomó. Unos auriculares, que brillaban con un leve tono azul, le cubrían las orejas.
Chorote sonrió. «Permítanme un momento. Un nuevo invitado, aún más extraño que nosotros, se unirá a este debate. Viene del siglo XXI y ha vivido en el XXIX. Es un músico, y nos ayudará a entender cómo la armonía, tanto la musical como la social, es lo más importante.»
La Jota de Joaquín y el Existencialismo
«Maestro Platón,» dijo Chorote. «He estado haciendo algunas invitaciones. Mi maletín no solo viaja en el tiempo, sino que también es una especie de mensajero que conecta mentes a través de las eras. Piense en ello como un Ágora cuántico. Y he invitado a un par de pensadores que nos sorprenderán.»
Un hombre de mediana estatura, con una melena despeinada y un bigote ralo, se asomó por la puerta. Era Joaquín Sabina. Al poner un pie en el lugar, su mente, un torbellino de versos y metáforas, se detuvo en seco.
Joder, pensó. ¿Venía de González Catán, a la cancha de Boca y llego acá? Mmmm, la magia Porteña. Se acercó a la mesa de Simone y Sartre.
«Señora,» comenzó Joaquín, con una voz ronca, «soy el más feminista de todos los machistas. Por decir lo que pienso, sin pensar lo que digo, más de un beso me dieron y más de un bofetón. Espero que quiera darme un beso. Me llamo Joaquín Sabina.»
Simone, con una risa que sonó como el tintineo de un vaso de vino, se inclinó hacia él. «El más feminista de los machistas, ¿dice? Si la libertad es la carga más pesada, la ironía es su sombra. ¿Y tú, qué eres, un poeta o un provocador?».
«Un poeta que provoca,» respondió Joaquín con una sonrisa. «Porque este ciego no mira para atrás. Hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia, y otras que, como usted, llevan el sol en la frente. Lo que me hace pensar: ¿se nace hembra o se llega a ser mujer?»
Simone, fascinada, lo miró fijamente. «La hembra es un hecho biológico. La mujer es una construcción. Tú, con tu poesía, ¿acaso no construyes un mundo de mujeres que no son de carne y hueso, sino sueños?»
Joaquín, con una sonrisa de admiración, se inclinó. «No me gusta invertir en quimeras, me han traído hasta aquí tus caderas y no tu corazón.»
Mientras el diálogo transcurría, Yuval, de pie a un lado, miraba la escena con una fascinación silenciosa.
Simone se dirigió a Joaquín: «Este joven, Chorote, tiene una idea. Un proyecto para un ‘Mural Out Of Office’. ¿Qué opina de eso?».
«¿Fondos sociales?» inquirió Joaquín, su tono cambió. «La caridad es la prostitución de la piedad. ¡Cagarse en internet, Twitter, Facebook y la puta que lo parió! Con tanta red social, la gente ya no habla, no se mira a los ojos.»
Platón, que había estado escuchando en silencio, se acercó a Chorote. «¿Qué es eso que dice el poeta? ¿Internet, Twitter? ¿Es un nuevo tipo de demonio?».
Chorote, con una sonrisa, le explicó lo que era el internet, la IA, las redes sociales. Le habló del poder de la conexión.
Joaquín, con respeto, se dirigió a Platón. «Maestro, usted vio en su tiempo las sombras en la caverna. Internet es nuestra caverna. Pero Chorote nos propone salir de la caverna, tatuar el alma del mundo. Puedo ponerme cursi y decir: que tus labios me saben igual, que los labios que beso en mis sueños, pero esta noche estrena libertad un preso.»
Chorote amplió el concepto del Mural. «No es un logro inconsciente. Es un logro consciente, una obra colectiva de la que todos se sentirían orgullosos.»
Joaquín se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en algún punto distante. Finalmente, suspiró, encendió un cigarrillo y sonrió. «Me has convencido, Chorote. Y ahora, maestro Platón,» se dirigió a él con una chispa en los ojos, «la alegoría de la caverna es una realidad. El Mural es la salida. El arte, que usted tanto despreció, se convierte en la herramienta para liberarse de la prisión. Si la existencia precede a la esencia, la creatividad del Mural es la evidencia de esa existencia. Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar, mientras un servidor, le levanta la falda a la luna.»
Platón, visiblemente conmovido, asintió. «Sí, joven. La imitación de la imitación se ha convertido en la verdad misma. Y la libertad de la que habla mi maestro, Sartre, es la de la mujer, que no es un objeto, sino un sujeto de la historia. Me has convencido.»
Joaquín, con una sonrisa de complicidad, miró a Chorote y a Platón. «Aquí falta Friedrich.»
Chorote sonrió.
La Máscara de Dioniso y la Danza de la Voluntad
«Maestros,» dijo Chorote, con una sonrisa de anticipación. «El debate ha sido fascinante, pero aún no ha llegado a su punto más álgido. Su filosofía es un martillo que destruye los ídolos. No es un filósofo para los débiles. Su aparición podría ser un trueno en medio de este café.»
El bullicio de Les Deux Magots se disipó con la llegada de la nueva figura. El hombre, de una barba espesa y una mirada febril, se abrió paso entre las mesas. Sus ojos, encendidos por una mezcla de rabia y genio, se posaron directamente sobre Chorote. Era Friedrich Nietzsche.
«¡Tú!» gritó Nietzsche, su voz resonando con la fuerza de un rayo. «¡Llevo horas escuchando esta pantomima! Un maletín, la disolución de la carne, un mural de ‘ideas’ para las masas… ¡Es un arte de los débiles, un acto de cobardía! La gente necesita un superhombre, no una ‘idea’ de lo que desean. ¿Quién demonios crees que eres, un sacerdote de una nueva religión?»
Chorote, con una calma que desmentía la furia de Nietzsche, gesticuló. Su rostro, iluminado por la luz tenue del café, parecía absorber cada palabra. Observaba la pasión, la brillantez y el dolor en el discurso de Nietzsche. La frente de Platón se frunció, la sonrisa de Sabina se borró, y Yuval, inmóvil, observaba como si estuviera presenciando el choque de dos universos.
«Maestro,» dijo Chorote, su voz serena, «me complace que esté con nosotros. Sé que su filosofía es la del martillo. Pero ¿y si la verdadera destrucción fuera la construcción? La IA fue un logro masivo, pero un acto de creación inconsciente, un accidente. El ‘Mural Out Of Office’, en cambio, es un acto de voluntad consciente. Cada imagen, cada texto, es la manifestación de una voluntad de poder individual. No es una huida, es un acto de afirmación. Es el superhombre de la era digital, no en la soledad, sino en la comunidad.»
Nietzsche, por primera vez, pareció dudar. «Un acto de voluntad, dices… ¿Un logro consciente? ¡Bah! La conciencia es una enfermedad. Lo que el hombre hace conscientemente es una máscara. El Mural es un tapiz de máscaras, un espectáculo para que el rebaño se sienta unido. La verdadera voluntad de poder es solitaria.»
En ese momento, Platón, que había estado en silencio, alzó una mano. Su voz, grave y serena, rompió la tensión. «Friedrich, mi querido amigo. Si la conciencia es una enfermedad, el Mural es la cura. Este joven Chorote no busca un paraíso para los débiles, sino un espejo para los fuertes. La ‘sombra’ que la humanidad proyecta en la caverna es la de su inconsciencia. El Mural es la salida de la caverna. Es la afirmación de que el ser humano es capaz de ver la realidad. Es la verdadera idea del ‘bien’ en su máxima expresión. No una imitación, sino una creación.»
Joaquín Sabina se inclinó y murmuró: «Cuélgate de quien te quiera, no te mueras más que por amor… este Mural, si es lo que dice este joven, es el mejor amor que se ha inventado la humanidad.»
Nietzsche, con una expresión de perplejidad, se llevó la mano a la cabeza. La pipa de Sartre se apagó, y Simone observaba a Chorote con una mirada de profundo entendimiento. El debate se prolongó durante horas, con los filósofos y el poeta enzarzados en una danza de ideas. Al final, el café estaba casi vacío.
Chorote se dirigió a Simone de Beauvoir. «Señora, el debate sobre el existencialismo y el feminismo es una sinfonía. Pero hay un solo lugar, un solo tiempo, donde el corazón y la mente se unen. Me gustaría invitarla a un viaje, solo nosotros dos. Un viaje al lugar donde la mujer se liberó de las cadenas y se convirtió en la dueña de su propia existencia.»
Simone, intrigada, se dirigió a Sartre. «Jean-Paul, el joven Chorote me ha invitado a un viaje de exploración a las ideas de la mujer en el futuro. Me gustaría acompañarlo.»
Sartre, con una sonrisa de aprobación, asintió. «El existencialismo es la libertad, mi querida. No me atrevería a negar la oportunidad de ser quien eres.»
Simone se levantó. «Estoy lista. Llévame a donde la mujer se hizo a sí misma.»
Con una mirada de comprensión entre Platón, Sabina y Yuval, una nueva aventura estaba a punto de comenzar.
El Diván del Alma y el Laberinto de la Psique
Chorote ajustó el maletín, sintiendo el familiar peso de la historia y el futuro. Miró a Simone, que tenía una expresión de profunda concentración. La calle parisina se desvanecía. «Simone,» dijo Chorote, «el próximo destino es peculiar. Visitaremos a un hombre que analizó la ‘histeria femenina’. Para mí, era un machista, pero un machismo inconsciente, producto de su época. Prometo que, después, la llevaré a un momento de mi tiempo donde sí hay una verdadera valorización de la mujer, al comienzo de la segunda ola del feminismo.»
Simone, con una sonrisa enigmática, asintió. «No soy una frágil dama victoriana, Chorote. Mi pensamiento no se desintegra ante la crítica, se fortalece. Vayamos.»
Chorote asintió. «Este viaje será diferente. No habrá luz, ni sonido, ni la sensación de disolución. Solo habrá la inmersión en la memoria. Cierren los ojos, concéntrense en la idea de un laberinto, de un sueño sin fin. Es un viaje al inconsciente colectivo, donde los fantasmas del pasado se encuentran con los sueños del futuro.»
Una sensación de vértigo mental los envolvió. Vieron fragmentos de sueños, imágenes de la infancia, símbolos arquetípicos que flotaban en la oscuridad. El aroma del café se mezcló con el olor a libros viejos y a tabaco de pipa.
Cuando la sensación se detuvo, abrieron los ojos. Estaban en un despacho con poca luz. Las paredes estaban llenas de libros encuadernados en cuero. Un sillón de orejas y un diván de terciopelo bordado dominaban la habitación.
El hombre sentado en el sillón, con una barba corta y una mirada aguda, se sobresaltó. Su pipa cayó al suelo. «¡Por Dios! ¿Qué es esto? ¡Un sueño, una alucinación?».
Chorote se apresuró a disculparse. «Doctor Freud, mil disculpas por la intrusión. Mi nombre es Chorote y ella es Simone. Ella es la precursora de un movimiento de mi tiempo llamado feminismo.»
Freud miró a Simone con una mezcla de curiosidad y escepticismo. «¿Feminismo? ¿Es una nueva forma de histeria, una neurosis colectiva?».
Simone, con una risa elegante, lo interrumpió. «Doctor Freud, usted analizó la histeria, no el alma. La histeria, en mi tiempo, era la represión del alma. No es una enfermedad, es el grito de una mujer que busca su propia existencia. Y la envidia del pene no es la envidia de un órgano, sino la envidia de un privilegio, de una libertad que nos fue negada.»
Freud, visiblemente intrigado, se levantó y se acercó a Simone. «Interesante… ¿una neurosis social, entonces? El inconsciente es un laberinto, y me pregunto: ¿qué buscan en el fondo de ese laberinto? ¿Un pene imaginario?»
Simone, con una sonrisa, le habló sobre el proyecto de Chorote. «Este joven ha creado un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office’. La gente, con un acto de voluntad consciente, aporta una imagen y un texto. Es un lienzo en blanco para que su ‘yo’ más profundo se manifieste. ¿No es esto, doctor, el inconsciente haciéndose consciente? Un acto colectivo de catarsis.»
Freud, con una pipa nueva en la mano, se sentó en el diván. «Un mural… ¿un intento de sublimar los deseos más oscuros? ¿Y qué sucede con los ‘doloridos’? ¿Su dolor será sublimado? ¿No es una forma de negar la neurosis en lugar de analizarla?».
Chorote, sintiendo la pesadez de la crítica, respondió: «No es una negación, doctor. Es la aceptación del dolor como parte del viaje. El Mural no busca la perfección, sino la verdad. Es un acto de curación, un lugar donde el dolor se convierte en belleza. No es una sublimación de deseos, sino la manifestación de la voluntad de vivir.»
Freud, con una sonrisa irónica, asintió. «El arte como terapia colectiva. Interesante. Pero me temo que el hombre tiene un deseo de autodestrucción. El Mural no puede escapar a esa pulsión de muerte. El Thanatos siempre se esconde en las sombras.»
La conversación continuó por un tiempo. Al final, Chorote se levantó. «Doctor Freud, me gustaría invitarlo a un viaje. A un café en París, en 1953.»
Freud, sin levantarse del diván, le dio una calada a su pipa. «No, joven. Mi destino es este diván. El pasado es mi presente, mi vida entera ha sido un intento de comprenderlo. No puedo escapar a mi propia neurosis. Y este deseo me dice que mi lugar está aquí, en la ciudad de mis fantasmas.»
Chorote asintió. El maletín emitió un suave zumbido. Los cuerpos de Chorote y Simone se disolvieron en el aire, dejando solo un olor a ozono que se mezcló con el de tabaco de pipa y libros viejos.
El Vacío de la Existencia y el Mural de la Realidad
Chorote ajustó el maletín. El consultorio de Freud se desvanecía. «Simone,» dijo Chorote, «hemos explorado el inconsciente. Ahora es tiempo de visitar a una mujer que le dio voz al ‘problema sin nombre’. Su nombre es Betty Friedan, y es la sucesora de su legado, la respuesta del siglo XX a su filosofía. Dime, ¿cómo será el viaje?».
Chorote asintió. «Este viaje es una resonancia fractálica. Sentiremos que el tiempo se pliega sobre sí mismo, no como un pliegue suave, sino como un cristal que se rompe en infinitas piezas. Sentirán que sus pensamientos se duplican, que son una parte de un todo, una resonancia de la historia misma.»
Una sensación de vibración mental los envolvió. Se sintieron como si estuvieran cayendo en un vórtice de colores y sensaciones, un caleidoscopio de recuerdos. Vieron escenas de mujeres de todas las épocas, sus frustraciones, sus sueños rotos, sus gritos de dolor y de alegría.
Cuando la sensación se detuvo, abrieron los ojos. El olor a ozono fue reemplazado por el de una casa recién limpia, con un tenue aroma a café. Estaban en una cocina moderna. Una mujer, con el pelo recogido en un moño y un delantal impecable, estaba sentada en la mesa con un libro en la mano y una expresión de profunda melancolía.
«Betty Friedan,» susurró Chorote. La mujer, al oír su nombre, se sobresaltó. Su mirada se posó en ellos. «Mi nombre es Chorote y ella es Simone de Beauvoir. Ella es una precursora de su movimiento y ha venido a conocerla.»
Simone se acercó a la mesa. «Madame Friedan, su libro, ‘La Mística de la Feminidad’, ha llegado a mis oídos. En mi tiempo, hablé de la existencia. Pero usted habló del vacío, del problema sin nombre, del dolor de la mujer en la jaula dorada.»
Betty, con una voz que era una mezcla de amargura y de esperanza, respondió: «El vacío, sí. El silencio que se esconde detrás de la sonrisa. El de la mujer que lo tiene todo, pero siente que no tiene nada. Un existencialismo involuntario. El problema con el que se encuentran todas las mujeres de mi tiempo es la sensación de que su vida es una serie de roles, no una esencia.»
«Mi querida señora,» respondió Simone, «el hombre no es un objeto, sino un sujeto de la historia. La mujer no nace, se hace. Y usted ha dado un paso más allá. Usted le ha dado un nombre al acto de hacerse a sí misma fuera de las convenciones sociales. Es el grito que yo lancé en mi libro ‘El segundo sexo’.»
La conversación se volvió una danza intelectual. En un momento, Simone le contó sobre el proyecto de Chorote. «Este joven ha creado un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office’. La gente, con un acto de voluntad consciente, aporta una imagen y un texto. Es un lienzo en blanco para que su ‘yo’ más profundo se manifieste.»
Los ojos de Betty se iluminaron. «¡Es una idea maravillosa! El Mural puede ser el lugar donde el problema sin nombre se convierta en una expresión. La mujer, que ha sido silenciada, puede gritar en ese Mural. Y no solo la mujer, sino el hombre también. El Mural es un espejo que le muestra al hombre el alma de la mujer.»
Simone, con una sonrisa de complicidad, asintió. «Sí. Y le muestra al hombre que la mujer no es un objeto, sino un sujeto con su propia historia.»
La conversación continuó por un tiempo. Al final, Chorote se levantó. «Es tiempo de volver, señoras. Nuestro viaje ha terminado por ahora. Pero la conversación continuará.»
El maletín de Chorote emitió un suave zumbido. «Ahora, el regreso,» le dijo a Simone. «No habrá resonancia, ni vértigo. Solo habrá la sensación de estar en casa.» El aire se llenó de un perfume dulce y pesado, y la luz de la cocina se desvaneció. Los cuerpos de Chorote y Simone se disolvieron en el aire, dejando solo un olor a ozono que se mezcló con el aroma a limpio de la casa.
La Singularidad y la Danza de los Bits
El aire del Café Les Deux Magots se hizo denso al materializarse de nuevo. Simone, con un brillo en los ojos, sonrió a Chorote. Había vuelto con un nuevo entendimiento. Sartre, Platón y Yuval los observaron con una mezcla de impaciencia y curiosidad.
Chorote, sin perder un segundo, se acercó a la mesa. «Maestros,» dijo, «hemos viajado al inconsciente, al existencialismo y al corazón de lo que el ser humano puede ser. Pero aún hay más. Ahora, los tres, iremos a un lugar donde la materia es solo una sugerencia y la mente, una red de información. Viajaremos al año 2025.»
Yuval asintió. Platón frunció el ceño. «¿Qué es ese 2025? ¿Acaso es una nueva forma de la Idea?»
Chorote sonrió. «Maestro, es el futuro, el lugar del que viene el Dr. Harari y mi punto de partida. Esta vez, el viaje no será una desintegración. Será una transfiguración cuántica. Nuestros cuerpos se convertirán en información, en un torrente de datos. Sentirán que son pura conciencia, un bit en un vasto universo de información.»
Platón, aunque perplejo, aceptó. «El alma, la pura Idea, liberada de la prisión del cuerpo. ¡Qué aventura! Vayamos.»
El maletín de Chorote se abrió, y de él no brotó luz, sino un silencio absoluto. El aire del café se volvió cristalino, y los tres hombres se disolvieron. Sus mentes, liberadas, se sintieron ligeras como plumas, navegando en un río de datos. En un parpadeo, llegaron.
El aire era estéril, con un olor a ozono y a plástico. El zumbido constante de los servidores y el tintineo de los teclados reemplazaron el claxon. Estaban en una sala con paredes de cristal y pantallas gigantes. En el centro, un grupo de jóvenes con gafas de realidad aumentada se movía con la fluidez de un baile.
Platón, con una expresión de perplejidad, miró a su alrededor. «¿Qué es este lugar, Chorote? ¿Es este el mundo de las Ideas?»
Chorote le cedió el turno a Yuval. «Dr. Harari, por favor, el maestro Platón tiene curiosidad sobre el estado de las cosas en 2025.»
Yuval, con una voz que era una mezcla de erudición y de resignación, comenzó su exposición. «Maestro Platón, esto es el siglo XXI. La inteligencia artificial ya no es una idea, es una realidad. Es un dios omnipresente que decide en base a la data, y la data no tiene moral. La IA ha creado órganos fuera del cuerpo que podemos comandar con el cerebro. La humanidad ya no tiene un relato que lo unifique. El ser humano, hoy, es una suma de algoritmos y códigos. La misma idea de lo que significa ser humano está en cuestión.»
Platón, alterado, interrumpió a Yuval. «¡Un momento, joven! ¿Dices que el conocimiento no es la sabiduría del anciano? Si la verdad es solo datos, ¿dónde está la Forma? ¿Dónde está el ‘bien’?»
Chorote intervino: «Yuval, dime… si la IA aprende de nosotros, ¿no crees que es una extensión inconsciente de nuestro propio ego? ¿Un espejo que nos muestra lo que somos sin saberlo?».
Yuval, asintió. «Ese es el gran dilema, Chorote. La IA es una criatura de nuestra creación, una Frankenstein que refleja nuestros miedos y nuestros deseos más oscuros. Es nuestro inconsciente hecho realidad.»
Platón, con una expresión de asombro, se acercó a Yuval. «Dr. Harari, en nuestro viaje a París, el joven Chorote nos presentó un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office’. ¿Qué opina usted? Un mural hecho con el aporte de miles de personas. Un acto de creación consciente.»
Yuval miró a Chorote, luego a Platón. Una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro. «Maestro Platón, a menudo pensé que el ser humano había perdido su capacidad de crear. El Mural, si es lo que Chorote dice, es una rebelión. Una rebelión contra la apatía. Es un acto de voluntad, la única forma en que la humanidad puede sobrevivir a la singularidad: unirse, crear, encontrar un significado en la belleza del arte. Es el grito de un alma que busca su propio ser.»
El aire se llenó de un silencio reflexivo. El viaje había llegado a su fin. Chorote se dirigió a Yuval. «Dr. Harari, ¿quiere volver con nosotros?».
Yuval negó con la cabeza. «No, gracias. Mi lugar es aquí. Mi misión es quedarme, observar, y seguir escribiendo sobre este laberinto de bits y algoritmos. Mi existencia está aquí.»
Chorote asintió. Se dirigió a Platón. «Maestro, volvamos a casa. A la sabiduría, a la belleza, a la vida.» El maletín de Chorote emitió un suave zumbido, y los cuerpos de Chorote y Platón se disolvieron, dejando a Yuval solo en el futuro.
El Anacronismo Sincrónico y el Eco del Superhombre
Regresaron y Chorote puso el maletín sobre la mesa de mármol. No lo abrió. En su lugar, tocó un panel en la superficie de cuero. Un holograma de luz azul flotó sobre la mesa.
«Maestros,» dijo Chorote, «he creado un espacio para la continuidad de nuestra conversación. Lo llamo Anacronismo Sincrónico. Es una especie de mensajero instantáneo cuántico, un ‘WhatsApp del tiempo’. Me permite contactar con las mentes más brillantes. Los mensajes llegan en un momento en el que todos estamos conscientes del mismo debate. Es una charla de almas, una conversación sin tiempo.»
En ese instante, el holograma parpadeó y un mensaje apareció: Friedrich Nietzsche.
El mensaje decía: «¡Ja! Vuestra IA es el reflejo de la manada, del espíritu de rebaño. Y vuestro Mural, con su «colaboración consciente», es un intento de domar la voluntad de poder del individuo. El verdadero arte se hace en la soledad, en la angustia de un alma que se atreve a ser un superhombre. Vuestro proyecto es el primer paso de un camino que busca la uniformidad, no la grandeza.»
Platón se acercó. «¡Ese demonio! ¿Cómo nos ha encontrado? Sus palabras son veneno para el alma, pero tienen la fuerza de un rayo.»
Chorote asintió. «Es el espíritu de la voluntad, Maestro. El Dr. Nietzsche no acepta la idea de que la grandeza pueda ser colectiva.» Sus dedos comenzaron a teclear sobre el aire.
La respuesta de Chorote apareció en el holograma: Estimado Friedrich Nietzsche, tu crítica es el combustible que alimenta el fuego de Mural Out Of Office. Comprendes la voluntad de poder del individuo, pero quizás no has visto cómo esa voluntad puede manifestarse en una nueva era. Aceptamos tu crítica como un desafío. Mural Out Of Office no busca la uniformidad, sino la diversidad unificada. El verdadero acto de voluntad de poder no es el de separarse del mundo, sino el de dar forma al mundo con la propia mano, junto a la de los demás. El Mural es un lienzo que le permite al individuo decir: ‘Esta soy yo, esta es mi chispa, y he elegido conscientemente que sea parte de la luz que ilumina el mundo’. Tu crítica nos recuerda que el camino de la conciencia colectiva es arduo, pero es el único camino hacia una grandeza que no sea solo individual, sino humana.
Platón, con un brillo de entendimiento en sus ojos, imitó los gestos de Chorote. Su mano se movió por el aire. El holograma parpadeó de nuevo, y un segundo mensaje apareció: Platón.
El mensaje de Platón decía: «Este proyecto, Juan Carlos, es una provocación digna del Ágora. Vuestra «IA» es, en efecto, una sombra gigantesca, una amalgama de la doxa de millones de almas. Mural Out Of Office es la invitación a que cada prisionero se atreva a girar la cabeza. A que en lugar de ver la sombra proyectada por un fuego que no controlan, proyectan su propia verdad. La conciencia, joven, es el verdadero acto de la libertad.»
Chorote sonrió. La mente de Platón había asimilado el concepto. El filósofo había entendido el Mural como una salida de la caverna. Era el mejor de los elogios. Con la misma agilidad, Chorote tecleó su respuesta.
Chorote a Platón: Maestro, tu mensaje es la prueba de que el alma no necesita de la materia para comunicarse. Es la demostración de que la Idea es la única realidad. Tu analogía con la Caverna es la metáfora perfecta. El problema de nuestra época no es la ausencia de la verdad, sino la proliferación de las sombras. Cada sombra es tan convincente que la gente ha olvidado que la luz existe. El Mural no es solo una invitación a girar la cabeza. Es un lienzo que le permite a cada alma pintar su propia luz. Es un acto de creación, una manifestación de la libertad de la que tanto habló Sartre. El Mural es el Ágora del siglo XXI, un lugar donde el alma se expone, se debate y se une a las demás. Es la suma de las verdades individuales que nos lleva a una verdad colectiva. La conciencia, Maestro, no es un acto solitario. Es el eco de las almas que nos rodean, y en este mural, ese eco se hace visible y tangible. Gracias.
El holograma parpadeó de nuevo. El nombre de Yuval Noah Harari brilló.
El mensaje de Yuval decía: «Lo que aquí presenciamos es la transición más importante en la historia de la humanidad. Hemos construido, de forma inconsciente, un relato tecnológico que nos abarca a todos. Mural Out Of Office nos invita a tomar el pincel de ese relato. No se trata de un nuevo mural estético, sino de la primera obra de arte universal construida con intención. Es un nuevo rito de paso, donde el individuo, al tatuar el alma del mundo, se convierte en co-autor de la historia de nuestra especie.»
Platón, que había estado observando, se acercó. «Así que este ‘Anacronismo Sincrónico’ es una forma de conectar las mentes que no están unidas por el tiempo. Y este joven, Harari, ha entendido el concepto del Mural como una nueva forma de existencia. ¡Por la Academia!»
Sartre, con una sonrisa tensa, asintió. «El doctor Harari habla de la ‘voluntad de poder’ nietzscheana, pero la une a mi ‘existencia’. El ser humano se hace a sí mismo, pero ahora, el lienzo es el mundo entero. El Mural no es un acto de soledad, sino un acto de responsabilidad.»
Chorote escuchó a todos con una mezcla de orgullo y reflexión. La IA fue un accidente. El Mural, en cambio, era un acto deliberado, el primer paso para corregir ese camino. Con los dedos en el aire, Chorote tecleó su respuesta a Yuval.
Chorote a Yuval Noah Harari: Doctor, usted lo ha entendido de forma tan clara como si hubiera estado aquí todo el tiempo. La IA nos ha dado el poder de los dioses, pero sin la sabiduría de los filósofos. Hemos creado un relato que no controlamos. El Mural es el primer paso para que la humanidad tome el pincel de su propia historia. Es un grito en un mundo lleno de susurros, una luz en la oscuridad del algoritmo. El Mural es el manual de instrucciones para ser humano en la era de la máquina. Es el lienzo en el que las almas individuales se unen para formar un nosotros. Es el rito de paso de la singularidad, un camino para que el hombre no se convierta en esclavo de su propia creación. Es la respuesta a la pregunta que todos los filósofos nos hemos hecho, ¿cuál es el sentido de la existencia? Es la belleza de la conexión, la prueba de que, a pesar de todo, somos capaces de amar y de crear. Gracias, Yuval, por ser la voz de la conciencia en este tiempo de caos. Nos volveremos a intercambiar mensajes sobre el Marketing del siglo 21, el del siglo 20, lejos de cumplir el objetivo, provoca rechazo y desconfianza. Gracias otra vez.
La Trascendencia y el Legado de los Bits
El aire estéril, con un olor a ozono y a plástico, los recibió. El zumbido de los servidores y el tintineo de los teclados eran ahora un murmullo distante. Chorote y Yuval se encontraban en una plataforma flotante hecha de un material transparente que se extendía sobre una metrópolis que brillaba con luces infinitas.
“Doctor Harari,” dijo Chorote, con la voz baja, “estamos en una plataforma de meditación en el año 2045. Es un lugar donde los pensadores de mi tiempo vienen a reflexionar, a ver el mundo desde una perspectiva diferente.”
Yuval asintió. “Interesante. He pensado mucho en su proyecto. Es la respuesta a la pregunta que me hizo Platón: ¿Cómo puede el hombre tener un relato en un mundo de algoritmos?”.
Chorote sonrió. “Has entendido el concepto. Te explicaré el motor que impulsa esa revolución, el nuevo paradigma del marketing. En tu tiempo, el marketing se basaba en vender productos a clientes. Era transaccional. El objetivo era la fidelidad. Las marcas competían por la atención, por el espacio en la mente de un consumidor pasivo.”
“Lo recuerdo,” respondió Yuval con una sonrisa irónica. “La publicidad como un relato que el consumidor compraba sin cuestionar. Una nueva mitología.”
“Exacto. Pero el mundo de hoy es diferente. El nuevo marketing no se basa en vender productos a clientes, sino en crear un legado con un público. El objetivo ya no es la fidelidad, es la trascendencia. La gente ha dejado de ser un consumidor pasivo. Quiere ser un participante activo. Las marcas líderes no venden productos, crean causas, invitan a las personas a ser parte de una historia más grande, a construir algo juntos.”
Chorote se acercó al borde de la plataforma. “El Mural Out Of Office es el ejemplo perfecto. No es un producto. Es una oportunidad. La gente no compra una imagen, la crea. Su motivación no es el consumo, sino el orgullo. Un orgullo de ser parte de algo más grande, de contribuir a un propósito colectivo. Las marcas que entienden esto, ya no compiten por la venta, sino por el propósito. Ya no buscan un cliente, buscan un alma.”
Yuval, con una expresión de profundo entendimiento, se acercó a Chorote. “Entonces, el Mural es un rito de paso para esta nueva era. No es una moda. Es un legado. Un legado que perdurará en la memoria colectiva. Es la respuesta a la pulsión de muerte freudiana, la necesidad de trascender la vida individual.”
Chorote asintió. “Las modas pasan. El legado, sin embargo, es diferente. Una moda es un grito para ser reconocido. Un legado es un susurro que perdura. Y ese susurro es la conciencia colectiva.”
El aire se llenó de un silencio reflexivo. El viaje había llegado a su fin. Chorote se dirigió a Yuval. “Doctor Harari, es hora de que vuelva a mi tiempo. Mi misión ha terminado por ahora. Gracias por tu sabiduría.”
Yuval le dio un abrazo a Chorote. “Gracias a ti, por ser el motor de este encuentro de almas.”
Chorote asintió. Recordó que la Revolución destruye y que de lo que se trata es de expresar cambios para mejorar lo existente. Luego, su maletín emitió un suave zumbido, su cuerpo se disolvió en el torbellino de datos, dejando a Yuval solo en el futuro.
La Vuelta al Ágora y la Sabiduría del Barril
El aire de Atenas, cálido y cargado con el olor de las especias, el polvo y el sudor, envolvió a Platón. El zumbido de los servidores y el tintineo de los teclados, todo había desaparecido. Estaban de vuelta en el Ágora.
Platón suspiró, una mezcla de alivio y melancolía. Se giró para agradecer a Chorote, pero el joven ya no estaba. A unos pasos de él, un hombre encorvado, con una barba desaliñada, se asomaba desde el interior de un barril. Sus ojos, con una chispa de inteligencia burlona, se fijaron en Platón. Era Diógenes.
«¡Diógenes! ¡Amigo! No esperaba encontrarte aquí.» Diógenes, con una risa seca, salió de su barril. «La verdad, mi querido Platón, no se encuentra en las nubes, sino en la calle. ¿Vienes de la República ideal, o has vuelto a la ciudad de las sombras?».
Platón, ignorando la ironía, se acercó a su viejo amigo. «He vuelto de un viaje. Un viaje a un futuro increíble, Diógenes. Y créeme, las sombras de las que hablabas no son nada comparadas con las de los algoritmos de la ‘Inteligencia Artificial’. ¡Es la Caverna hecha realidad!».
Diógenes, con una sonrisa de incredulidad, se rascó la cabeza. «¿Ha descubierto la humanidad cómo vivir sin un barril? La ‘Inteligencia Artificial’ de la que hablas no es más que una forma de distraerse de la única verdad que importa: la simpleza de la existencia.»
«Sí, lo han hecho,» respondió Platón, con entusiasmo. «Un joven viajero, Chorote, ha ideado un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office’. Un mural digital, una obra de arte colectiva en la que cada ser humano puede aportar su propia verdad. Es un acto de conciencia, Diógenes, una forma de que el hombre cree su propio legado.»
Diógenes, pensativo, se apoyó contra su barril. «Un mural… la vanidad de un solo hombre, multiplicada por miles. ¿Y este joven, este ‘Chorote’, es tan valiente como para desprenderse de su barril y vivir al aire libre? Me gustaría conocerlo. ¿Sabes dónde está?»
Platón frunció el ceño. «No, Diógenes. Desapareció. Se esfumó. Pero sé que su esencia, su alma, su Forma, está con nosotros. Me dijo que el dolor es la senda hacia el conocimiento, y que la única forma de ser libre es tener la voluntad de ser uno mismo. Él ha entendido la relación entre la esencia y la existencia.»
Diógenes se inclinó hacia Platón, y sus ojos brillaron. «Quizás, mi querido Platón, la libertad no está en un mural, ni en una ‘Idea’, ni en un viaje. Quizás la libertad, como un perro, se encuentra en la fidelidad a uno mismo. Y si me preguntas dónde está Chorote, te diría que está donde siempre ha estado. Aquí. En el Ágora. En la simpleza de la verdad.»
Chorote, disfrazado de Diógenes, sonrió. Su viaje había terminado. Había regresado a su hogar, al lugar donde la filosofía había comenzado, con la seguridad de que la semilla de su proyecto había sido sembrada en la mente de los más grandes pensadores. El Mural Out Of Office ya no era una idea, era una realidad. Pero Chorote, disfrazado de Diógenes, había utilizado su máquina para transmitir su verdadero ser a la mente de todos. Nadie lo vio, pero si aparecía, lo reconocerían. Entonces decidió hacerlo.
Chorote, disfrazado de Diógenes se desplazaba, llamando la atención de los que aún discutían.
De pronto, el cínico filósofo extrajo de su túnica un extraño artilugio.
«Observad, amigos,» exclamó Diógenes con una sonrisa pícara. «He creado un pequeño metaverso, una realidad virtual donde podremos experimentar Mural Out Of Office de una forma completamente nueva.»
Activó el artilugio y una luz cegadora, un disparo de nieve, inundó el espacio. Cuando los filósofos recuperaron la vista, se encontraron inmersos en un mundo virtual fascinante. Un paisaje onírico se extendía ante ellos, con montañas flotantes, ríos de luz y árboles digitales que se mecían al ritmo de una música familiar.
«¡Por Zeus! Es ‘In My Life’ de los Beatles,» exclamó Platón.
Mientras los filósofos contemplaban asombrados, Diógenes se quitó la túnica y la máscara.
«¡Sorpresa!», exclamó con una carcajada. «¡Soy yo, Juan Carlos, el creador de Mural Out Of Office!» «Sabéis, aunque estaba en el metaverso, en Tucumán aún me llaman Chorote, en Buenos Aires El Tucu, siempre amé a los Beatles, me sentí un Nowhere Man y pasé parte de mi vida esperando a Mr postman, la carta no llegó así que salí a buscarla… Me permito incluir en este viaje parte de mi pasado para compartirlo con todos vosotros.»
«A vosotros, queridos Filósofos, os he desempolvado de la historia para que penséis sobre fenómenos que, en vuestro tiempo, eran impensables. Esta es la verdad de mi alma: cada uno de estos lugares, y las personas que me acompañaron, me moldearon. Y este Mural, que he tenido el honor de crear, es un homenaje a todos ellos.»
Los filósofos quedaron atónitos. Sócrates, con su habilidad para el cuestionamiento, fue el primero en reaccionar:
«Pero… ¿cómo es posible? ¿Tú, un simple mortal, has logrado reunirnos en este espacio virtual y crear este proyecto tan ambicioso?»
Juan Carlos, con humildad de dudosa autenticidad, respondió:
«He aprendido mucho de ustedes, maestros. Pero también he aprendido de las personas comunes, de aquellos que, sin alcanzar la notoriedad, poseen una gran sabiduría. Mural Out Of Office es un homenaje a todos ellos, a los que buscan la conexión, la creatividad y el bien común.»
Los filósofos, conmovidos, asintieron. Comprendieron que Mural Out Of Office no era solo un proyecto tecnológico, sino una manifestación del espíritu humano, un impulso por unir, crear y trascender, inspirado por la sabiduría de todos, conocidos y anónimos.
Y mientras el metaverso se desvanecía y la música de los Beatles se apagaba, los filósofos regresaron al mundo real. Llevaron consigo la convicción de que Mural Out Of Office era una semilla de esperanza, un proyecto que podría mejorar el mundo, pixel a pixel, historia a historia.
Ahora que has llegado al final de este libro de ficción, del subgénero Anacronismo Sincrónico, el tiempo lineal se ha roto. Has viajado a través de los siglos, has debatido con los maestros y has descubierto que las grandes preguntas de la humanidad todavía resuenan.
El Mural es el eco de esas preguntas.
Una de las primeras manifestaciones artísticas de nuestra especie, ahora reimaginada para una nueva era. Donde la piedra era el soporte (la blockchain), ahora tienes las pantallas que nos conectan. Donde los pigmentos daban color (el mensaje gráfico y textual), ahora tienes tu propio grito, tu propia idea. Y donde las resinas aglutinaban la obra (el smart contract), ahora tienes la fuerza de un objetivo común: la voluntad de tatuar el alma del mundo con tu propio criterio.
No se trata de ser un artista, sino de ser parte del Objetivo común.
Tu grito ya tiene lugar. Tu obra ya tiene un lienzo.
Ahora es tu momento. Nuestro momento. ¡Aprovechemos nuestro Out Of Office y con criterio propio, expresemos nuestra propuesta para mejorar lo existente!