Toda esta Web es un Mokup del proyecto Out Off Office que riene como Objetivo aprovechar las Oportunidades tecnológicas y alentar el Orgullo a los participantes. El Objetivo es crear el primer Mural Digital Universal
Trilogía Mural Out Of Office
El Viajero del Ägora – Tatuando el alma del Mundo -Mural Out Of Office: El Grito Silencioso

Indice:
- El Viajero del Ágora
- El Vórtice del Tiempo y la Felicidad del Jardín
- El Café de la Existencia y el Alma Ausente
- La Existencia en el Café y la Filosofía del Género
- La Jota de Joaquín y el Existencialismo
- La Máscara de Dioniso y la Danza de la Voluntad
- El diván del alma y el laberinto de la psique
- El Vacío de la Existencia y el Mural de la Realidad
- La Singularidad y la Danza de los Bits
- El Anacronismo Asincrónico y el Eco del Superhombre
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La Trascendencia y el Legado de los Bits
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La Vuelta al Ágora y la Sabiduría del Barril
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El Mural es el eco de esas preguntas.
Pronto publicaremos en Amazón La trilogía Mural Out Of Office.
- El Viajero del Ágora
- Tatuando el Alma del Mundo
- Mural Out Of Office El Grito Silencioso
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Prólogo: El Viaje Comienza en el Ágora
Chorote, un viajero del tiempo del año 2025, llega al Ágora ateniense, donde se encuentra con Platón. Con un maletín que es una máquina del tiempo, le explica al filósofo su misión: crear un mural digital que tatúe «el alma del mundo». Este proyecto, llamado «Mural Out Of Office», busca unificar la creación colectiva de la IA, pero de forma consciente, permitiendo que cada persona exprese lo que desea para mejorar el mundo con una imagen y un texto.
Platón, aunque intrigado, objeta que el arte es una imitación de la realidad, alejada de la verdad. Chorote, con calma, le responde que el Mural no es una imitación, sino la salida de la caverna, la liberación de las «sombras» de la sociedad actual. La verdadera realidad detrás del Mural es el «noúmeno», la esencia de las ideas individuales.
El debate se intensifica con la llegada de Sócrates, y los tres se enfrascan en una discusión sobre la posibilidad de que un colectivo actúe de forma consciente. Finalmente, Chorote los invita a un viaje para ver con sus propios ojos el valor de su proyecto. ¿Aceptarán el desafío?
El Viajero del Ágora
Las primeras luces del amanecer ateniense se filtraban por los olivos, proyectando sombras largas y etéreas que se estiran como brazos silenciosos. El aire, fresco y limpio, se llenaba con el canto de los pájaros y el murmullo incipiente de la vida. De repente, en un rincón apartado, detrás de un grupo de grandes ánforas de barro, apareció una figura. Era Chorote.
Vestía una mezcla extraña: unos vaqueros desgastados de un azul pálido que reflejaba la luz con un brillo tenue, una camiseta de algodón blanco que parecía atrapar el rocío de la mañana, y una chaqueta que combinaba la modernidad de sus cortes con la simplicidad de un lienzo. A la espalda, llevaba una mochila, y en su mano, un maletín de cuero viejo, casi indistinguible del color de la tierra. La quietud de la escena se vio interrumpida por un zumbido casi inaudible que venía de sus zapatos deportivos, un sonido que vibraba en el silencio. Su rostro, surcado por las primeras arrugas, se contrajo en una mueca de sorpresa ante la magnificencia del Ágora. En sus ojos, el destello de la emoción competía con el de la luz.
Con un pensamiento, la ropa de Chorote comenzó a cambiar, no con un efecto mágico, sino como si la realidad misma se estuviera reescribiendo. El áspero tejido de los vaqueros se convirtió en una túnica de lino grueso, con un color crudo que se fundía con el entorno; el blanco brillante del algodón se atenuó a un tono ocre, y su chaqueta se transformó en una himation, un manto de lana que caía en pliegues pesados sobre su hombro. El maletín, sin embargo, permaneció en su mano, un ancla en el siglo XXI.
Al salir de su escondite, una brisa suave le acarició el rostro. El sonido de un herrerío a lo lejos, el balido de una oveja, el eco de una voz en el mercado… todo se mezclaba en una melodía simple y ancestral. Su corazón latía con una mezcla de emoción y pánico. Escudriñó la multitud, buscando ese rostro inmortal, la figura que conocía por los libros y la IA. Su mirada se detuvo en un hombre de barba densa y túnica impoluta. Su postura era la de un pensador, su mirada profunda, y aunque conversaba con otros, su atención parecía estar en un plano superior.
Con la ansiedad latiéndole en las sienes, Chorote se acercó. Los otros hombres hablaban con fervor, pero Platón, con un gesto de la mano, los detuvo. Su mirada, una mezcla de curiosidad y calma, se posó en Chorote. «Discúlpame, extranjero,» dijo Platón, «Tu vestimenta es extraña, aunque hermosa. ¿De dónde vienes?»
Chorote, con un temblor en la voz, respondió: «Vengo de un tiempo muy lejano, del año 2025. Mi nombre es Chorote y soy un viajero del tiempo. He estudiado su obra a través de la IA.»
Platón frunció el ceño, sus ojos se estrecharon. «IA, dices… ¿una nueva musa, quizás? ¿Una forma de conocimiento?»
«No, Maestro,» respondió Chorote, «Es una inteligencia artificial. Y en mi tiempo, a través de ella, la humanidad logró algo grandioso: una creación colectiva, aunque inconsciente. Mi objetivo, mi logro, es que podamos conseguir lo mismo, pero de forma consciente.»
Chorote, con un gesto, tocó el maletín. «En mi época, los jóvenes se tatúan la piel para expresar quiénes son. Y me pregunté: ¿Y si tatuáramos el alma del mundo? Cada persona, con una imagen y un texto, expresando lo que desea para mejorar el mundo. Al final, se crearía un mural, enorme, imposible de descifrar, sin la tecnoñogía que renemos en el siglo XXI, pero que contendría el corazón de miles de personas. La imagen no tendría un fin estético; lo importante es lo que está detrás de cada uno de esos pequeños trazos.»
Platón, con una leve sonrisa, se llevó una mano al mentón, pensativo. Pero su expresión cambió, su rostro se endureció con una sombra de desconfianza. «Y este mural que describes… ¿no es una imitación? ¿Un reflejo de la realidad, no la realidad misma? ¿No es acaso un arte, la imitación de una imitación, alejado tres veces de la verdad? Yo veo el arte con profunda desconfianza, ya que solo crea una copia, una mera sombra de la verdadera idea.»
Chorote, percibiendo la objeción, sonrió con calma. «Maestro, lo que yo busco no es una imitación de la realidad. Las imágenes individuales, al ser vistas por los demás, serían solo las sombras en la pared de una caverna. Lo que mi proyecto busca es que los participantes se liberen de esas sombras. Cada participante aportando una imagen con un texto, se está liberando de su ‘yugo’ en el mundo actual, en el mundo de las ideas. El Mural es la salida de la caverna, la liberación, la realidad verdadera que está detrás de las imágenes individuales, esa realidad es el noúmeno, es el alma del mundo.»
Platón, con el rostro iluminado por un rayo de sol que se coló entre las columnas del templo, miró a sus compañeros, luego regresó su mirada a Chorote.
«Este concepto, Chorote, es fascinante. Me recuerda a mis propias ideas sobre las Formas. Pero hay algo que mi mente no puede abarcar del todo. ¿Cómo es que la humanidad logró este ‘logro inconsciente’ con esta IA? Y, ¿es realmente posible que un colectivo actúe de forma consciente hacia un fin común? Creo que mi maestro, Sócrates, tendría mucho que decir al respecto.»
Y justo en ese momento, una voz fuerte y familiar surgió de entre la multitud. «¡Platón! ¿Qué te tiene tan absorto?» Sócrates se acercaba, sus pies descalzos levantando polvo. Su rostro, a pesar de sus años, tenía una energía juvenil, y sus ojos brillaban con una picardía intelectual. La luz de la mañana le daba a su túnica un tono dorado y los pliegues se movían con cada paso.
«Sócrates,» dijo Platón con una sonrisa, «ven. Este joven, Chorote, ha venido de un futuro que parece un sueño, y trae una idea que nos desafía a todos.»
Y así, los tres se sentaron. Sócrates, fiel a su estilo, comenzó a cuestionar. Chorote, con cada respuesta, se sentía más cómodo. Les explicó que el proyecto era una oportunidad tecnológica del siglo XXI, un objetivo común para la creación del Mural, y que al ver el objetivo cumplido, cada persona sentiría un orgullo individual y colectivo.
El debate se extendió hasta que el sol estuvo en lo más alto del cielo. Chorote, al ver que su mensaje había calado, decidió que era el momento del siguiente paso. Se inclinó, tomó el maletín, y les propuso: «Si esto es tan difícil de comprender, quizás deberían verlo ustedes mismos. Los invito a viajar conmigo. Hay un pensador llamado Epicuro, y sus ideas sobre el placer y la felicidad pueden ayudarnos a comprender el verdadero valor de este legado. ¿Vendrán conmigo?»
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Prólogo: Café Existencia Poeta
Chorote, junto con Platón y Yuval, llegan al legendario café Les Deux Magots en París, donde se encuentra con los existencialistas Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Sin embargo, su plan se ve alterado por la inesperada aparición de Joaquín Sabina, quien se une al debate con su poesía y su ironía.
La conversación se centra en la «esencia» y la «existencia», y en la idea de que el Mural Out Of Office es una forma de que las personas se expresen de forma consciente. Sabina, con su estilo directo, cuestiona la caridad de los proyectos sociales en internet y lo compara con un «demonio que nos ata a un mundo de fantasmas».
Chorote le explica a Platón y a Sabina que las redes sociales, aunque pueden ser una «caverna», también son una herramienta para la conexión. Sabina, conmovido por el concepto del Mural Out Of Office como una «salida de la caverna», concluye que el arte puede ser una herramienta de liberación. Al final del capítulo, Chorote, con la idea de añadir más perspectiva al debate, insinúa la llegada del filósofo Friedrich Nietzsche.
La Jota de Joaquín y el Existencialismo
Maestro Platón,” dijo Chorote, mientras su mano se movía hacia el maletín. “Este no es un viaje cualquiera. He estado haciendo algunas invitaciones. Verá, mi maletín no solo viaja en el tiempo, sino que también es una especie de mensajero que conecta mentes a través de las eras. Piense en ello como un Ágora cuántico. Y he invitado a un par de pensadores que creo que nos sorprenderán a todos, lo que no puedo saber es en qué momento se presentarán.
Un hombre de mediana estatura, con una melena despeinada y un bigote ralo, se asomó por la puerta. Vestía un traje de lino arrugado, y sus ojos, de un azul cansado, reflejaban la luz del interior del café con una mezcla de melancolía y picardía. Era Joaquín Sabina. Al poner un pie en el lugar, se quedó inmóvil. Su mente, un torbellino de versos y metáforas, se detuvo en seco.
Joder, pensó, ¿Venía de González Catán, a la cancha de Boca y llego acá? Mmmm, la magia Porteña. Sus ojos, sin embargo, se acostumbraron rápidamente a la escena. Esa dama es la mismísima Simone, y está Platón, y ese chulo es Sartre, no entiendo. Pero esta noche estrena libertad un preso. Una sonrisa, una mezcla de asombro y de ironía, se dibujó en su rostro.
Con la cadencia de un poeta, se acercó a la mesa de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Simone, con el cigarrillo entre los dedos, lo miró con curiosidad, una ceja arqueada en una pregunta silenciosa.
«Señora,» comenzó Joaquín, su voz ronca como el eco de una noche de taberna, «soy el más feminista de todos los machistas.»
Simone abrió la boca para contestarle, pero Joaquín, con un gesto de la mano, la detuvo. «Por decir lo que pienso, sin pensar lo que digo, más de un beso me dieron y más de un bofetón. Espero que quiera darme un beso. Me llamo Joaquín Sabina, para servirle».
Simone de Beauvoir, con una risa que sonaba como el tintineo de un vaso de vino, se inclinó hacia él. «El más feminista de los machistas, ¿dice? Una ironía que podría firmar yo misma. Si la libertad es la carga más pesada, la ironía es su sombra. ¿Y tú, qué eres, un poeta o un provocador?»
«Un poeta que provoca,» respondió Joaquín con una sonrisa, «porque este ciego no mira para atrás. Y si la libertad es una carga, cuélgate de quien te quiera, no te mueras más que por amor. Hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia, y otras que, como usted, llevan el sol en la frente. Lo que me hace pensar: ¿se nace hembra o se llega a ser mujer? Y la hembra, ¿no puede acaso ser más libre que la mujer?»
Simone, fascinada por el juego de palabras y la profundidad de la provocación, lo miró fijamente, su mirada de una inteligencia penetrante. «La hembra es un hecho biológico. La mujer es una construcción. Tú, con tu poesía, ¿acaso no construyes un mundo, un ideal, que no es real? Un mundo de mujeres que no son de carne y hueso, sino sueños. Pero estos labios que saben a despedida, a vinagre en las heridas, a pañuelo de estación, ¿acaso no pertenecen a una mujer de carne y hueso que se ha hecho a sí misma? «
Joaquín, con una sonrisa de admiración, se inclinó ligeramente. «No me gusta invertir en quimeras, me han traído hasta aquí tus caderas y no tu corazón.»
Mientras el diálogo entre Simone y Joaquín transcurría, Yuval, de pie a un lado, miraba la escena con una fascinación silenciosa. Sus ojos se movían de un rostro a otro, de la ironía de Sabina a la agudeza de Simone. La perplejidad en su rostro era evidente, la mezcla de asombro y el entendimiento de que estaba en una escena que cambiaría su propia comprensión de la historia.
Simone, con una sonrisa que ya no era de ironía sino de complicidad, se dirigió a Joaquín: «Este joven, Chorote, tiene una idea. Un proyecto para un ‘Mural Out Of Office’. Habla de fondos para fines sociales. ¿Qué opina de eso?»
«¿Fondos sociales?» inquirió Joaquín, su tono cambió a uno más serio. «La caridad, mi querida, es la prostitución de la piedad. ¿Quién administra esos fondos? ¡Cagarse en internet, Twitter, Facebook y la puta que lo parió! Con tanta red social, la gente ya no habla, no se mira a los ojos.»
En ese momento, Platón, que había estado escuchando en silencio, se acercó a Chorote. «¿Qué es eso que dice el poeta? ¿Internet, Twitter? ¿Es acaso un nuevo tipo de demonio, un ‘daimon’ que nos ata a un mundo de fantasmas?»
Chorote, con una sonrisa, le explicó a Platón lo que era el internet, la IA, las redes sociales. Le habló del poder de la conexión, de la posibilidad de que la humanidad, a pesar de la distancia, se pudiera unir.
Joaquín, con respeto en su voz, se dirigió a Platón. «Maestro, sé que está usted aquí, pero no está. Sé que su esencia, su alma, su Forma, está con nosotros. Usted vio en su tiempo las sombras en la caverna. Internet es nuestra caverna. Pero Chorote nos propone salir de la caverna, tatuar el alma del mundo. Puedo ponerme cursi y decir: que tus labios me saben igual, que los labios que beso en mis sueños, pero esta noche estrena libertad un preso.»
Chorote amplió el concepto del Mural. Le habló a Joaquín de cómo cada imagen, cada texto, sería una liberación, una catarsis. «No es un logro inconsciente, como lo fue con la IA. Es un logro consciente, una obra colectiva de la que todos se sentirían orgullosos.»
Joaquín se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en algún punto distante. Finalmente, suspiró, encendió un cigarrillo y sonrió. «Me has convencido, Chorote. Cuéntame los detalles del proyecto. Y ahora, maestro Platón,» se dirigió a él con una chispa en los ojos, «la alegoría de la caverna no es solo una idea, es una realidad. El Mural es la salida. La gente ya no vería las sombras, sino la luz. El arte, que usted tanto despreció, se convierte en la herramienta para liberarse de la prisión. Si la existencia precede a la esencia, la creatividad del Mural es la evidencia de esa existencia. Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar, mientras un servidor, le levanta la falda a la luna.»
Platón, visiblemente conmovido, asintió. «Sí, joven. La imitación de la imitación se ha convertido en la verdad misma. Y la libertad de la que habla mi maestro, Sartre, es la de la mujer, que no es un objeto, sino un sujeto de la historia. Me has convencido.»
Joaquín, con una sonrisa de complicidad, miró a Chorote y a Platón. «Aquí falta Friedrich.»
Chorote sonrió.
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