
Capítulo 1
El Viajero del Ágora
Las primeras luces del amanecer ateniense se filtraban por los olivos, proyectando sombras largas y etéreas que se estiran como brazos silenciosos. El aire, fresco y limpio, se llenaba con el canto de los pájaros y el murmullo incipiente de la vida. De repente, en un rincón apartado, detrás de un grupo de grandes ánforas de barro, apareció una figura. Era Chorote.
Vestía una mezcla extraña: unos vaqueros desgastados de un azul pálido que reflejaba la luz con un brillo tenue, una camiseta de algodón blanco que parecía atrapar el rocío de la mañana, y una chaqueta que combinaba la modernidad de sus cortes con la simplicidad de un lienzo. A la espalda, llevaba una mochila, y en su mano, un maletín de cuero viejo, casi indistinguible del color de la tierra. La quietud de la escena se vio interrumpida por un zumbido casi inaudible que venía de sus zapatos deportivos, un sonido que vibraba en el silencio. Su rostro, surcado por las primeras arrugas, se contrajo en una mueca de sorpresa ante la magnificencia del Ágora. En sus ojos, el destello de la emoción competía con el de la luz.
Con un pensamiento, la ropa de Chorote comenzó a cambiar, no con un efecto mágico, sino como si la realidad misma se estuviera reescribiendo. El áspero tejido de los vaqueros se convirtió en una túnica de lino grueso, con un color crudo que se fundía con el entorno; el blanco brillante del algodón se atenuó a un tono ocre, y su chaqueta se transformó en una himation, un manto de lana que caía en pliegues pesados sobre su hombro. El maletín, sin embargo, permaneció en su mano, un ancla en el siglo XXI.
Al salir de su escondite, una brisa suave le acarició el rostro. El sonido de un herrerío a lo lejos, el balido de una oveja, el eco de una voz en el mercado… todo se mezclaba en una melodía simple y ancestral. Su corazón latía con una mezcla de emoción y pánico. Escudriñó la multitud, buscando ese rostro inmortal, la figura que conocía por los libros y la IA. Su mirada se detuvo en un hombre de barba densa y túnica impoluta. Su postura era la de un pensador, su mirada profunda, y aunque conversaba con otros, su atención parecía estar en un plano superior.
Con la ansiedad latiéndole en las sienes, Chorote se acercó. Los otros hombres hablaban con fervor, pero Platón, con un gesto de la mano, los detuvo. Su mirada, una mezcla de curiosidad y calma, se posó en Chorote. «Discúlpame, extranjero,» dijo Platón, «Tu vestimenta es extraña, aunque hermosa. ¿De dónde vienes?»
Chorote, con un temblor en la voz, respondió: «Vengo de un tiempo muy lejano, del año 2025. Mi nombre es Chorote y soy un viajero del tiempo. He estudiado su obra a través de la IA.»
Platón frunció el ceño, sus ojos se estrecharon. «IA, dices… ¿una nueva musa, quizás? ¿Una forma de conocimiento?»
«No, Maestro,» respondió Chorote, «Es una inteligencia artificial. Y en mi tiempo, a través de ella, la humanidad logró algo grandioso: una creación colectiva, aunque inconsciente. Mi objetivo, mi logro, es que podamos conseguir lo mismo, pero de forma consciente.»
Chorote, con un gesto, tocó el maletín. «En mi época, los jóvenes se tatúan la piel para expresar quiénes son. Y me pregunté: ¿Y si tatuáramos el alma del mundo? Cada persona, con una imagen y un texto, expresando lo que desea para mejorar el mundo. Al final, se crearía un mural, enorme, imposible de descifrar, sin la tecnoñogía que renemos en el siglo XXI, pero que contendría el corazón de miles de personas. La imagen no tendría un fin estético; lo importante es lo que está detrás de cada uno de esos pequeños trazos.»
Platón, con una leve sonrisa, se llevó una mano al mentón, pensativo. Pero su expresión cambió, su rostro se endureció con una sombra de desconfianza. «Y este mural que describes… ¿no es una imitación? ¿Un reflejo de la realidad, no la realidad misma? ¿No es acaso un arte, la imitación de una imitación, alejado tres veces de la verdad? Yo veo el arte con profunda desconfianza, ya que solo crea una copia, una mera sombra de la verdadera idea.»
Chorote, percibiendo la objeción, sonrió con calma. «Maestro, lo que yo busco no es una imitación de la realidad. Las imágenes individuales, al ser vistas por los demás, serían solo las sombras en la pared de una caverna. Lo que mi proyecto busca es que los participantes se liberen de esas sombras. Cada participante aportando una imagen con un texto, se está liberando de su ‘yugo’ en el mundo actual, en el mundo de las ideas. El Mural es la salida de la caverna, la liberación, la realidad verdadera que está detrás de las imágenes individuales, esa realidad es el noúmeno, es el alma del mundo.»
Platón, con el rostro iluminado por un rayo de sol que se coló entre las columnas del templo, miró a sus compañeros, luego regresó su mirada a Chorote.
«Este concepto, Chorote, es fascinante. Me recuerda a mis propias ideas sobre las Formas. Pero hay algo que mi mente no puede abarcar del todo. ¿Cómo es que la humanidad logró este ‘logro inconsciente’ con esta IA? Y, ¿es realmente posible que un colectivo actúe de forma consciente hacia un fin común? Creo que mi maestro, Sócrates, tendría mucho que decir al respecto.»
Y justo en ese momento, una voz fuerte y familiar surgió de entre la multitud. «¡Platón! ¿Qué te tiene tan absorto?» Sócrates se acercaba, sus pies descalzos levantando polvo. Su rostro, a pesar de sus años, tenía una energía juvenil, y sus ojos brillaban con una picardía intelectual. La luz de la mañana le daba a su túnica un tono dorado y los pliegues se movían con cada paso.
«Sócrates,» dijo Platón con una sonrisa, «ven. Este joven, Chorote, ha venido de un futuro que parece un sueño, y trae una idea que nos desafía a todos.»
Y así, los tres se sentaron. Sócrates, fiel a su estilo, comenzó a cuestionar. Chorote, con cada respuesta, se sentía más cómodo. Les explicó que el proyecto era una oportunidad tecnológica del siglo XXI, un objetivo común para la creación del Mural, y que al ver el objetivo cumplido, cada persona sentiría un orgullo individual y colectivo.
El debate se extendió hasta que el sol estuvo en lo más alto del cielo. Chorote, al ver que su mensaje había calado, decidió que era el momento del siguiente paso. Se inclinó, tomó el maletín, y les propuso: «Si esto es tan difícil de comprender, quizás deberían verlo ustedes mismos. Los invito a viajar conmigo. Hay un pensador llamado Epicuro, y sus ideas sobre el placer y la felicidad pueden ayudarnos a comprender el verdadero valor de este legado. ¿Vendrán conmigo?»

Capítulo 2
El Vórtice del Tiempo y la Felicidad del Jardín
Sócrates, con una sonrisa amplia y sincera que le iluminó el rostro, se levantó y sacudió el polvo de la túnica. Sus ojos, profundos y arrugados por la edad, miraron a Chorote con una mezcla de respeto y asombro. «Un viaje, dices… ¿a otro lugar, a otra verdad? Los pies descalzos solo pueden ir hasta donde la tierra los lleva. Si hay una idea más allá, si hay un saber que solo se puede ver, un hombre sabio no puede negarse.»
Platón, que había permanecido pensativo, se puso de pie, su túnica blanca cayendo en pliegues perfectos. La luz del mediodía se reflejó en la tela, dándole un brillo casi sagrado. «Mi maestro tiene razón. Un filósofo no puede negarse a la oportunidad de ver una idea en su máxima expresión, incluso si esa expresión es una sombra de la verdad. Ven, Chorote, muéstranos lo que este futuro tiene que ofrecernos.»
Chorote, con un gesto de alivio, apretó el maletín. Su piel se erizó con la misma ansiedad de un explorador que va a territorios desconocidos. El cuero del maletín, curtido y con la historia de mil viajes no vividos, se sentía cálido al tacto. Con un chasquido metálico, lo abrió, revelando no cables y circuitos, sino una esfera de cristal líquido que flotaba sobre una base de cobre. La esfera emitía un suave zumbido, y en su interior se movían constelaciones de luz, como galaxias en miniatura. Un tenue humo azul, con un olor a ozono y a lluvia, se elevaba de la esfera.
«Advierto,» dijo Chorote, su voz firme, «que no es un viaje para los sentidos. Es una desintegración molecular. Sentirán que su cuerpo se disuelve en el aire, que se convierten en luz y sonido. Habrá una momentánea sensación de vacío, de ser nada, para luego volver a ser. Es un dolor, pero un dolor necesario.»
Los filósofos asintieron, sus rostros impasibles. Sócrates, con un gesto, tocó el hombro de Chorote, «El dolor es la senda hacia el conocimiento, joven. Adelante.»
El zumbido de la máquina del tiempo se intensificó, llenando el aire con un sonido agudo y vibrante, como el canto de mil cigarras. El Ágora y sus gentes se volvieron borrosos, las columnas del templo se estiraron y se contorsionaron. Los cuerpos de los tres hombres se sintieron como si estuvieran hechos de arena, deshaciéndose lentamente. Los colores se fundieron en un torbellino de tonos incandescentes: el ocre del suelo, el blanco de las túnicas, el azul del cielo… todo se mezcló en un estallido de luz. Chorote sintió que su alma era un soplo en el viento, un destello en un universo sin tiempo.
Luego, la luz se desvaneció tan rápido como había llegado. Dejaron de ser una sensación y se convirtieron de nuevo en seres de carne y hueso. El olor a ozono fue reemplazado por la suave fragancia de las flores y los árboles frutales. El aire era cálido, y la quietud del ambiente solo era interrumpida por el susurro de la brisa. Estaban en un jardín. La luz del sol se filtraba entre las hojas de un gran árbol, creando un juego de sombras y destellos en el rostro de Sócrates.
Un hombre alto, de túnica holgada y una sonrisa amable, se les acercó. «¡Maestro Sócrates! No esperaba tu visita.»
Sócrates sonrió, un gesto de alegría genuina que iluminó su cara. «Epicuro, amigo, vengo a presentarte a un joven viajero, Chorote, que trae consigo un proyecto que desafía la misma noción de felicidad.»
Epicuro asintió, sus ojos llenos de curiosidad.
Platón, que había permanecido en silencio, aún recuperándose del viaje, dio un paso adelante. «Mi querido Epicuro, este joven Chorote nos propone una idea que podría ser la clave para la felicidad colectiva de la que tú hablas. Su proyecto, ‘Mural Out Of Office’, busca unir a los hombres en un solo acto de creación, en un mural que es la suma de sus almas.»
Platón le explicó con su elocuencia habitual el concepto del Mural, la idea de las imágenes individuales y el fin colectivo. Chorote escuchaba con atención, su corazón latiendo con fuerza. Al terminar, la mirada de Epicuro se posó en él.
«Y me dices,» inquirió Epicuro con una voz suave pero firme, «que este mural contendría también las imágenes de aquellos que en tu tiempo llamáis ‘minusvalías‘ y ‘doloridos‘. ¿Acaso no es la felicidad la ausencia de dolor en el cuerpo y de turbación en el alma? ¿Por qué querrían esas personas que su dolor, su angustia, su limitación, se viera reflejada en su aporte?»
Chorote entendió el dilema de Epicuro. El concepto epicúreo del placer no era el hedonismo desmedido, sino la ausencia de dolor (aponía) y la paz del espíritu (ataraxia). El Mural, para él, podría ser una exposición del sufrimiento, un acto que iría en contra de la misma idea de la felicidad.
«Maestro,» respondió Chorote, «la felicidad que buscamos en mi tiempo no es la ausencia de dolor, sino la superación del mismo. El Mural es un lienzo en blanco para estas personas. Ellas, que sufren, pueden aportar una imagen de lo que desean, un anhelo de un mundo mejor. Sus imágenes y sus textos no serían un reflejo de su dolor, sino un faro de esperanza. Es un acto de sanación, de liberación. El dolor que sienten al ser diferentes, al ser ‘minusválidos’, se transforma en un aporte que no solo les sana a ellos, sino que también enriquece a la humanidad. Es un acto de catarsis, un grito que se convierte en un susurro, en un hilo de seda que teje el Mural. La belleza del Mural no es estética, sino lo que hay detrás, esa voluntad de sanar.»
Epicuro, conmovido por la respuesta de Chorote, cerró los ojos y asintió lentamente, como si estuviera absorbiendo cada palabra. «Interesante,» murmuró, «muy interesante. Quizás la felicidad no reside solo en la ausencia de dolor, sino en la capacidad de convertirlo en una ofrenda a la belleza.»
La escena se llenó de un silencio reflexivo, roto solo por el trino de un pájaro. Chorote supo que era el momento de continuar. Se dirigió a los filósofos con una nueva propuesta.
«Maestros, aún hay más por aprender. Los tiempos que se avecinan nos traen nuevas ideas, nuevos desafíos. Viajemos a un lugar donde el corazón y el cerebro se encontraron para dar origen a una nueva filosofía del ser. Un lugar donde la existencia se debatía entre el humo de los cigarrillos y el aroma del café.»
Esta vez, Chorote no abrió el maletín. En su lugar, de su mano brotó un hilo plateado, que se estiró en el aire y se convirtió en una red de luz. «Esto es diferente,» les advirtió, «es un viaje onírico. Sentirán que su mente se separa de su cuerpo, que son solo conciencia flotando en un sueño colectivo. Verán los recuerdos de los otros, y los de ustedes mismos, entrelazados en un tapiz sin fin.»
Platón y Sócrates miraron la red de luz con asombro. Con una leve presión sobre la red, Chorote los envolvió a los tres. El jardín de Epicuro se disolvió en una niebla de tonos pastel. La melodía de la máquina se hizo más fuerte, y se acercaban cada vez más a su destino. Un olor dulce y pesado a lluvia inundaba el ambiente. La melodía de la máquina se hizo más fuerte, y se acercaban cada vez más a su destino. Estaban yendo hacia un lugar donde la mente y el corazón se unieron para dar origen a una nueva filosofía del ser, donde la existencia se debatía entre el humo de los cigarrillos y el aroma del café.
El sonido del acordeón se hizo más claro, y una luz cálida y amarilla comenzaba a brillar a través de la neblina del tiempo. La promesa de la existencia los estaba esperando.

Capítulo 3
El Café de la Existencia y el Alma Ausente
El aire parisino, húmedo y fresco, los recibió con un abrazo de olores: lluvia reciente sobre el asfalto, un café intenso que flotaba desde las aceras y el humo acre del tabaco negro. Un coro de cláxones y el murmullo incesante de voces anónimas reemplazaron la quietud del Ágora. Chorote y Platón se materializaron en una calle angosta y brillante por la llovizna, justo frente a una marquesina verde oscuro que anunciaba con letras desgastadas: Les Deux Magots.
«¿Qué es este lugar, Chorote? ¿Y dónde está Sócrates?», preguntó Platón, su voz resonando en el extraño ambiente. Sus ojos, acostumbrados a la luz pura de Atenas, se movían con una mezcla de fascinación y alarma ante las lámparas eléctricas que teñían de ámbar la escena. El lienzo de su túnica, ahora empapado por la fina lluvia, se adhería incómodamente a su piel.
Chorote, con una sonrisa tensa, observó a su alrededor. El maletín de la máquina del tiempo, que ahora latía con un pulso rítmico, le daba una tranquilidad momentánea. «Maestro, bienvenido a París en el año 1953. Este café es un lugar donde los pensadores se reúnen para debatir ideas que, como las nuestras, buscan la verdad. En cuanto a Sócrates…», su mirada vagó hacia el cielo grisáceo.

Capítulo 4
La Existencia en el Café y la Filosofía del Género
Chorote, preocupado por la ausencia de Sócrates, recurrió a su maletín. Comprendió que debía aceptar los «fallos de Sistema, en 2025 son una realidad odiosa. Decidió incorporar a un personaje de su época. y accionando su máquina, y con concentración absuluta, aparacló Yuval Noah Harari que se unió a ellos, materializando en un instante, su figura alta y delgada proyectando una sombra lánguida bajo la luz de un farol. Sus ojos, profundos y oscuros, se abrieron con una mezcla de perplejidad y asombro al verse a sí mismo en una versión anterior de su propia vida. El abrigo que vestía le daba un aire de intelectualidad, su piel se sentía extraña. «Chorote,» susurró con voz temblorosa, «esto es… impensable. Me estoy viendo a mí mismo en el año 1953… ¿y veo a Platón?». Se giró hacia el filósofo griego, un gesto de reverencia instintiva dibujando en su rostro. «Maestro Platón, he estudiado su obra, su ‘República’, su ‘Apología’, en mi tiempo, a través de libros y pantallas luminosas. Es un honor inimaginable…»
Platón, acostumbrado a las formalidades, extendió su mano, pero Yuval se quedó paralizado.
Chorote, con una sonrisa en el rostro, intervino. «Yuval, por ahora, sé un espectador. Estás aquí para observar, para escuchar. Las preguntas vendrán después. Por ahora, debes ser mi sombra. Maestro Platón, el Dr. Harari viene de un futuro aún más lejano que el mío, pero está tan intrigado como nosotros. Lo invito a que nos siga, hay un diálogo que nos espera en el interior de este café».
Platón asintió, su mirada fija en el interior del café. «El ‘verdadero’ Sócrates, el que no se ve, ya está aquí», murmuró, «así que debo encontrar su esencia. ¡Por la Academia! Así que es eso. No lo perdimos, simplemente llegó antes.» Y sin pensarlo dos veces, el filósofo griego se lanzó hacia la puerta del café.
El sonido de la campana de la puerta de Les Deux Magots se mezcló con el bullicio interior. El calor del lugar, cargado con el aroma del café tostado y el humo del tabaco, golpeó sus rostros. La luz, dorada y opaca, se reflejaba en los espejos antiguos y en las mesas de madera. En una de las mesas, en el fondo, Chorote los vio.
Jean-Paul Sartre, con una pipa en la boca y una expresión de inmensa concentración, golpeaba la mesa con un dedo. Su gabardina estaba desabrochada y su pelo, de un rubio desgastado, caía sobre su frente. Al otro lado de la mesa, Simone de Beauvoir, con una mirada intensa y unos ojos que parecían ver a través de las almas, fumaba un cigarrillo. La textura de su vestido, una lana pesada de color oscuro, parecía absorber la luz.
Chorote se acercó a la mesa, un aura de reverencia en su paso. «Señora de Beauvoir, disculpe nuestra interrupción. Mi nombre es Chorote y vengo de un tiempo muy lejano. Me gustaría presentarle a alguien que tiene una idea para su consideración.» Le hizo una seña a Platón, que se acercó con el porte de un rey. «Señora, le presento al Maestro Platón, de la Atenas del siglo IV a.C.»
Sartre, con una carcajada que hizo vibrar su pipa, se echó hacia atrás en su silla. «¡Platón! ¡Mi querido! ¡El idealista! Así que es verdad que la historia se repite… o que el hombre inventa a sus fantasmas. ¡La existencia precede a la esencia, querido amigo!»
Platón, con la seriedad de un filósofo, respondió: «La realidad es mucho más compleja, amigo mío, de lo que su filosofía ha imaginado. Este joven Chorote, quien vino a mí desde el futuro, es el responsable de esta manifestación. Su ‘Mural Out Of Office’ es un desafío a la noción de la existencia, un intento de crear un logro colectivo consciente, un ‘nosotros’ que se opone a un ‘yo’ aislado.»
Mientras Platón hablaba, Yuval, de pie a un lado, miraba la escena con una fascinación silenciosa. Sus ojos se movían de Sartre y Beauvoir, luego a Platón, sus labios se movían sin emitir sonido, como si estuviera grabando cada palabra, cada gesto. La perplejidad en su rostro era evidente, la mezcla de asombro y el entendimiento de que estaba en una escena que cambiaría su propia comprensión de la historia.
Simone de Beauvoir, con una ironía elegante, apagó su cigarrillo en un cenicero. «Interesante,» murmuró, con una sonrisa ladeada. «Un hombre que viaja en el tiempo para hablar con otro hombre, sobre el hombre. La historia parece ser un club de caballeros. Pero, Maestro, usted busca la esencia, ¿no es así? ¿La idea de ‘Hombre’? Me pregunto dónde está la ‘Idea’ de la ‘Mujer’ en su universo platónico.»
Platón, imperturbable, respondió: «La Forma de la Mujer, como la del Hombre, existe en el mundo de las Ideas. Son perfectas, inmutables, eternas. Es en la copia, en la imitación de este mundo, donde se pierde esa perfección, donde se imponen roles y se niegan libertades.»
«Maestro, con todo respeto,» respondió Simone, una chispa de picardía en sus ojos, «usted habla de un mundo de Ideas, pero la mujer no vive en ese mundo. Vive en la carne, en un cuerpo que la sociedad ha hecho un objeto. Se nace hembra, pero se llega a ser mujer. Lo que el hombre ha hecho de la mujer, no es la ‘sombra’ de una Idea, sino una prisión real. La esencia de la mujer no es un ideal, sino el resultado de su existencia, de su lucha, de su libertad negada.» La discusión se volvió más intensa. Platón, sorprendido por la agudeza de Simone, se vio obligado a defender sus ideas. Yuval, observando, asimilaba cada palabra, sus cejas fruncidas en concentración. Sartre, por su parte, fumaba su pipa con una sonrisa. Él conocía el corazón de la lucha de Simone, y la veía con admiración.
La tensión en el café se hizo densa, como el humo de los cigarrillos. De repente, la puerta se abrió con un crujido. Un silencio breve se instaló. Una figura extraña, vestida con un atuendo que combinaba la sencillez de una túnica con la complejidad de un tejido sintético, se asomó. Unos auriculares, que brillaban con un leve tono azul, le cubrían las orejas.
Chorote, con una sonrisa de anticipación, se volvió hacia Platón, Sartre y Beauvoir. «Permítanme un momento. Un nuevo invitado, aún más extraño que nosotros, se unirá a este debate. Viene del siglo XXI y ha vivido en el siglo XXIX. Es un músico, y nos ayudará a entender cómo la armonía, tanto la música como la social, es lo más importante.»

Capítulo 5
La Jota de Joaquín y el Existencialismo
Maestro Platón,” dijo Chorote, mientras su mano se movía hacia el maletín. “Este no es un viaje cualquiera. He estado haciendo algunas invitaciones. Verá, mi maletín no solo viaja en el tiempo, sino que también es una especie de mensajero que conecta mentes a través de las eras. Piense en ello como un Ágora cuántico. Y he invitado a un par de pensadores que creo que nos sorprenderán a todos, lo que no puedo saber es en qué momento se presentarán.
Un hombre de mediana estatura, con una melena despeinada y un bigote ralo, se asomó por la puerta. Vestía un traje de lino arrugado, y sus ojos, de un azul cansado, reflejaban la luz del interior del café con una mezcla de melancolía y picardía. Era Joaquín Sabina. Al poner un pie en el lugar, se quedó inmóvil. Su mente, un torbellino de versos y metáforas, se detuvo en seco.
Joder, pensó, ¿Venía de González Catán, a la cancha de Boca y llego acá? Mmmm, la magia Porteña. Sus ojos, sin embargo, se acostumbraron rápidamente a la escena. Esa dama es la mismísima Simone, y está Platón, y ese chulo es Sartre, no entiendo. Pero esta noche estrena libertad un preso. Una sonrisa, una mezcla de asombro y de ironía, se dibujó en su rostro.
Con la cadencia de un poeta, se acercó a la mesa de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Simone, con el cigarrillo entre los dedos, lo miró con curiosidad, una ceja arqueada en una pregunta silenciosa.
«Señora,» comenzó Joaquín, su voz ronca como el eco de una noche de taberna, «soy el más feminista de todos los machistas.»
Simone abrió la boca para contestarle, pero Joaquín, con un gesto de la mano, la detuvo. «Por decir lo que pienso, sin pensar lo que digo, más de un beso me dieron y más de un bofetón. Espero que quiera darme un beso. Me llamo Joaquín Sabina, para servirle».
Simone de Beauvoir, con una risa que sonaba como el tintineo de un vaso de vino, se inclinó hacia él. «El más feminista de los machistas, ¿dice? Una ironía que podría firmar yo misma. Si la libertad es la carga más pesada, la ironía es su sombra. ¿Y tú, qué eres, un poeta o un provocador?»
«Un poeta que provoca,» respondió Joaquín con una sonrisa, «porque este ciego no mira para atrás. Y si la libertad es una carga, cuélgate de quien te quiera, no te mueras más que por amor. Hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia, y otras que, como usted, llevan el sol en la frente. Lo que me hace pensar: ¿se nace hembra o se llega a ser mujer? Y la hembra, ¿no puede acaso ser más libre que la mujer?»
Simone, fascinada por el juego de palabras y la profundidad de la provocación, lo miró fijamente, su mirada de una inteligencia penetrante. «La hembra es un hecho biológico. La mujer es una construcción. Tú, con tu poesía, ¿acaso no construyes un mundo, un ideal, que no es real? Un mundo de mujeres que no son de carne y hueso, sino sueños. Pero estos labios que saben a despedida, a vinagre en las heridas, a pañuelo de estación, ¿acaso no pertenecen a una mujer de carne y hueso que se ha hecho a sí misma? «
Joaquín, con una sonrisa de admiración, se inclinó ligeramente. «No me gusta invertir en quimeras, me han traído hasta aquí tus caderas y no tu corazón.»
Mientras el diálogo entre Simone y Joaquín transcurría, Yuval, de pie a un lado, miraba la escena con una fascinación silenciosa. Sus ojos se movían de un rostro a otro, de la ironía de Sabina a la agudeza de Simone. La perplejidad en su rostro era evidente, la mezcla de asombro y el entendimiento de que estaba en una escena que cambiaría su propia comprensión de la historia.
Simone, con una sonrisa que ya no era de ironía sino de complicidad, se dirigió a Joaquín: «Este joven, Chorote, tiene una idea. Un proyecto para un ‘Mural Out Of Office’. Habla de fondos para fines sociales. ¿Qué opina de eso?»
«¿Fondos sociales?» inquirió Joaquín, su tono cambió a uno más serio. «La caridad, mi querida, es la prostitución de la piedad. ¿Quién administra esos fondos? ¡Cagarse en internet, Twitter, Facebook y la puta que lo parió! Con tanta red social, la gente ya no habla, no se mira a los ojos.»
En ese momento, Platón, que había estado escuchando en silencio, se acercó a Chorote. «¿Qué es eso que dice el poeta? ¿Internet, Twitter? ¿Es acaso un nuevo tipo de demonio, un ‘daimon’ que nos ata a un mundo de fantasmas?»
Chorote, con una sonrisa, le explicó a Platón lo que era el internet, la IA, las redes sociales. Le habló del poder de la conexión, de la posibilidad de que la humanidad, a pesar de la distancia, se pudiera unir.
Joaquín, con respeto en su voz, se dirigió a Platón. «Maestro, sé que está usted aquí, pero no está. Sé que su esencia, su alma, su Forma, está con nosotros. Usted vio en su tiempo las sombras en la caverna. Internet es nuestra caverna. Pero Chorote nos propone salir de la caverna, tatuar el alma del mundo. Puedo ponerme cursi y decir: que tus labios me saben igual, que los labios que beso en mis sueños, pero esta noche estrena libertad un preso.»
Chorote amplió el concepto del Mural. Le habló a Joaquín de cómo cada imagen, cada texto, sería una liberación, una catarsis. «No es un logro inconsciente, como lo fue con la IA. Es un logro consciente, una obra colectiva de la que todos se sentirían orgullosos.»
Joaquín se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en algún punto distante. Finalmente, suspiró, encendió un cigarrillo y sonrió. «Me has convencido, Chorote. Cuéntame los detalles del proyecto. Y ahora, maestro Platón,» se dirigió a él con una chispa en los ojos, «la alegoría de la caverna no es solo una idea, es una realidad. El Mural es la salida. La gente ya no vería las sombras, sino la luz. El arte, que usted tanto despreció, se convierte en la herramienta para liberarse de la prisión. Si la existencia precede a la esencia, la creatividad del Mural es la evidencia de esa existencia. Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar, mientras un servidor, le levanta la falda a la luna.»
Platón, visiblemente conmovido, asintió. «Sí, joven. La imitación de la imitación se ha convertido en la verdad misma. Y la libertad de la que habla mi maestro, Sartre, es la de la mujer, que no es un objeto, sino un sujeto de la historia. Me has convencido.»
Joaquín, con una sonrisa de complicidad, miró a Chorote y a Platón. «Aquí falta Friedrich.»
Chorote sonrió.

Capítulo 6
La Máscara de Dioniso y la Danza de la Voluntad
Maestros,» dijo Chorote, con una sonrisa de anticipación. «El debate ha sido fascinante, pero aún no ha llegado a su punto más álgido. Hay un pensador que he invitado a este Ágora sin tiempo. Su filosofía es un martillo que destruye los ídolos. No es un filósofo para los débiles, sino para aquellos que se atreven a crear su propio camino. Su aparición podría ser violenta, un trueno en medio de este café.
El bullicio de Les Deux Magots se disipó con la llegada de la nueva figura. El hombre, de una barba espesa que se mezclaba con su bigote, se abrió paso entre las mesas con una mirada febril. Sus ojos, encendidos por una mezcla de rabia y genio, se posaron directamente sobre Chorote. Vestía una chaqueta de tweed desgastada sobre una camisa blanca, su semblante era el de alguien que ha visto demasiado.
«¡Tú!» gritó Friedrich Nietzsche, su voz resonando con la fuerza de un rayo en un cielo despejado. «¡Llevo horas escuchando esta pantomima! Un maletín, la disolución de la carne, un mural de ‘ideas’ para las masas… ¡Es un arte de los débiles, un acto de cobardía, una forma de escapar de la voluntad de poder! La gente necesita un superhombre, no una ‘idea’ de lo que desean. ¿Quién demonios crees que eres, un sacerdote de una nueva religión?»
Chorote, con una calma que desmentía la furia de Nietzsche, gesticuló. Su rostro, iluminado por la luz tenue del café, parecía absorber cada palabra del filósofo. Observaba la pasión, la brillantez y el dolor en el discurso de Nietzsche. La frente de Platón se frunció, la sonrisa de Sabina se borró, y Yuval, inmóvil, observaba como si estuviera presenciando el choque de dos universos.
«Maestro,» dijo Chorote, su voz serena y sin vacilación, «me complace que esté con nosotros. Sé que su filosofía es la del martillo, la de la destrucción de los ídolos. Pero ¿y si la verdadera destrucción fuera la construcción? La IA fue un logro masivo, sí, pero fue un acto de creación inconsciente, un accidente del genio humano que se dio por la inercia de la tecnología. El ‘Mural Out Of Office’, en cambio, no es un paraíso para los débiles. Es un acto de voluntad consciente. Cada imagen, cada texto, es la manifestación de una voluntad de poder individual. No es una huida, es un acto de afirmación. Es el superhombre de la era digital, no en la soledad, sino en la comunidad. La IA, que es una fuerza impersonal, se usa como una herramienta para que el ser humano, de forma consciente, afirme su existencia y su deseo de crear.»
Nietzsche, por primera vez, pareció dudar. Su ceño se frunció. «Un acto de voluntad, dices… ¿Un logro consciente? ¡Bah! La conciencia es una enfermedad. Lo que el hombre hace conscientemente es una máscara. El Mural es un tapiz de máscaras, un espectáculo para que el rebaño se sienta unido. La verdadera voluntad de poder es solitaria, es un acto de creación que desafía a la masa, no que la busca.»
En ese momento, Platón, que había estado en silencio, alzó una mano. Su voz, grave y serena, rompió la tensión. «Friedrich, mi querido amigo. Si la conciencia es una enfermedad, el Mural es la cura. Este joven Chorote no busca un paraíso para los débiles, sino un espejo para los fuertes. La ‘sombra’ que la humanidad proyecta en la caverna es la de su inconsciencia. El Mural, este acto de creación colectiva, es la salida de la caverna. Es la afirmación de que el ser humano es capaz de ver la realidad. Es la verdadera idea del ‘bien’ en su máxima expresión. No una imitación, sino una creación.»
Joaquín Sabina, que había estado observando la escena con una fascinación silenciosa, se inclinó y murmuró: «Cuélgate de quien te quiera, no te mueras más que por amor… este Mural, si es lo que dice este joven, es el mejor amor que se ha inventado la humanidad».
Nietzsche, con una expresión de perplejidad, se llevó la mano a la cabeza. La pipa de Sartre se apagó, y Simone observaba a Chorote con una mirada de profundo entendimiento. El hombre, que había llegado al café desde Atenas, pasando por el jardín de Epicuro, conoció al hombre que había vivido en el siglo XXI. Ambos tenían una visión, una idea.
El debate se prolongó durante horas, con los filósofos y el poeta enzarzados en una danza de ideas, de ironías y de verdades. Al final, el café estaba casi vacío, y la lluvia había cesado.
Chorote, con una sonrisa de complicidad, se dirigió a Simone de Beauvoir. «Señora, el debate sobre el existencialismo y el feminismo es una sinfonía. Pero hay un solo lugar, un solo tiempo, donde el corazón y la mente se unen. Me gustaría invitarla a un viaje, solo nosotros dos. Un viaje al lugar donde la mujer se liberó de las cadenas y se convirtió en la dueña de su propia existencia.»
Simone, intrigada por la propuesta, se dirigió a Sartre. «Jean-Paul, el joven Chorote me ha invitado a un viaje, un viaje de exploración a las ideas de la mujer en el futuro. Me gustaría acompañarlo.»
Sartre, con una sonrisa de aprobación, asintió. «El existencialismo es la libertad, mi querida. No me atrevería a negar la oportunidad de ser quien eres.»
Simone se levantó y se dirigió a Chorote. «Estoy lista. Llévame a donde la mujer se hizo a sí misma.»
Con una mirada de comprensión entre Platón, Sabina y Yuval, una nueva aventura estaba a punto de comenzar.

Capítulo 7
El diván del alma y el laberinto de la psique
Chorote ajustó el maletín en su mano, sintiendo el familiar peso de la historia y el futuro. Miró a Simone, que tenía una expresión de profunda concentración, sus ojos penetrantes. La calle parisina, con su aroma a lluvia y café, parecía desvanecerse a su alrededor. «Simone», dijo Chorote, con un tono más grave, «el próximo destino es peculiar. Visitaremos a un hombre que analizó lo que él llamó ‘histeria femenina'». Hizo una pausa, su mirada se detuvo en los ojos de Simone. «Para mí, era un machista, pero un machismo inconsciente, producto de su época. Y sé que esto puede ser difícil para usted. Prometo que, después, la llevaré a un momento de mi tiempo donde sí hay una verdadera valorización de la mujer, al comienzo de lo que llamamos la segunda ola del feminismo».
Simone, con una sonrisa enigmática, asintió. «No soy una frágil dama victoriana, Chorote. Mi pensamiento no se desintegra ante la crítica, se fortalece. Vayamos. Me intriga este hombre que se atrevió a analizar el alma humana».
Chorote asintió. «Este viaje será diferente. No habrá luz, ni sonido, ni la sensación de disolución. Solo habrá la inmersión en la memoria. Cierren los ojos, concéntrense en la idea de un laberinto, de un sueño sin fin, de una casa con muchas habitaciones llenas de recuerdos, de miedos, de deseos. Es un viaje al inconsciente colectivo, donde los fantasmas del pasado se encuentran con los sueños del futuro.»
Una sensación de vértigo mental los envolvió. No era el movimiento del cuerpo, sino el de la conciencia. Se sintieron como si estuvieran cayendo en un pozo sin fondo, un descenso a la profundidad de la mente humana. Vieron fragmentos de sueños, imágenes de la infancia, símbolos arquetípicos que flotaban en la oscuridad. El aroma del café se mezcló con el olor a libros viejos y a tabaco de pipa.
Cuando la sensación se detuvo, abrieron los ojos. Estaban en un despacho con poca luz. Las paredes, hasta el techo, estaban llenas de libros encuadernados en cuero. Antiguas estatuillas y figuras de arcilla se alineaban en los escritorios, sus ojos vacíos mirando al infinito. Un sillón de orejas, una lámpara de pie con una pantalla de tela y un diván de terciopelo bordado con un color granate, dominaban la habitación.
El hombre que estaba sentado en el sillón de orejas, con una barba corta y una mirada aguda, se sobresaltó. Su pipa, que colgaba de su boca, cayó al suelo con un pequeño golpe. «¡Por Dios! ¿Qué es esto? ¡Un sueño, una alucinación? ¡Un desequilibrio del inconsciente!»
Chorote se apresuró a disculparse, con una sonrisa nerviosa. «Doctor Freud, mil disculpas por la intrusión. Mi nombre es Chorote y ella es Simone. Vengo de un tiempo muy lejano. Y ella… ella es la precursora de un movimiento de mi tiempo llamado feminismo».
Freud miró a Simone con una mezcla de curiosidad y escepticismo. Su mirada se detuvo en el rostro de ella, en su ropa y en la seguridad con la que se movía. «¿Feminismo? ¿Es una nueva forma de histeria, una neurosis colectiva para aquellas que no encuentran su lugar en el mundo? Mi investigación sobre el complejo de Edipo y la envidia del pene…».
Simone, con una risa elegante, lo interrumpió. «Doctor Freud, usted analizó la histeria, no el alma. La histeria, en mi tiempo, era la represión del alma. No es una enfermedad, es el grito de una mujer que busca su propia existencia. Y la envidia del pene no es la envidia de un órgano, sino la envidia de un privilegio, de un poder, de una libertad que nos fue negada.»
Freud, visiblemente intrigado, se levantó y se acercó a Simone, sus ojos brillantes. «Interesante… ¿una neurosis social, entonces? ¿Una histeria colectiva que se manifiesta en la búsqueda de la igualdad? El inconsciente es un laberinto, y me pregunto: ¿qué es lo que estas ‘feministas’ buscan en el fondo de ese laberinto? ¿Un pene imaginario?»
Simone, con una sonrisa, le habló sobre el proyecto de Chorote. «Este joven, Chorote, ha creado un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office‘. La gente, con un acto de voluntad consciente, aporta una imagen y un texto. Es un lienzo en blanco para que cada persona se exprese, para que su ‘yo’ más profundo se manifieste. ¿No es esto, doctor, el inconsciente haciéndose consciente? Un acto colectivo de catarsis».
Freud, con una pipa nueva en la mano, se sentó en el diván. «Un mural… la manifestación de lo que el ser humano desea para mejorar el mundo. ¿No es acaso un intento de sublimar los deseos más oscuros, de darles una forma aceptable para la sociedad? ¿Y qué sucede con aquellos que sufren, con los ‘doloridos’? ¿Su dolor también será sublimado en una imagen, en un texto? ¿No es una forma de negar la neurosis en lugar de analizarla?»
Chorote, sintiendo la pesadez de la crítica, respondió: «No es una negación, doctor. Es la aceptación del dolor como parte del viaje. El Mural no busca la perfección, sino la verdad. Es un acto de curación, un lugar donde el dolor se convierte en belleza. No es una sublimación de deseos, sino la manifestación de la voluntad de vivir.»
Freud, con una sonrisa irónica, asintió. «El arte como terapia colectiva. Interesante. Pero lo que me temo es que el hombre tiene un deseo de autodestrucción, de volver a lo inorgánico. El Mural, a pesar de su belleza, no puede escapar a esa pulsión de muerte. El Thanatos siempre se esconde en las sombras.»
La conversación continuó por un tiempo. Al final, Chorote se levantó. «Doctor Freud, me gustaría invitarlo a un viaje. A un café en París, en 1953. Un lugar donde la filosofía de la existencia se debatía entre Sartre y Beauvoir.»
Freud, sin levantarse del diván, le dio una calada a su pipa. «No, joven. Mi destino es este diván, este consultorio. El pasado es mi presente, mi vida entera ha sido un intento de comprenderlo. No puedo escapar a mi propia neurosis. Y el viaje, como un sueño, es la manifestación de un deseo inconsciente. Y este deseo me dice que mi lugar está aquí, en la ciudad de mis fantasmas.»
Chorote asintió. El maletín emitió un suave zumbido. Los cuerpos de Chorote y Simone se disolvieron en el aire, dejando solo un olor a ozono que se mezcló con el de tabaco de pipa y libros viejos. El capítulo del existencialismo y el psicoanálisis había terminado, y la historia de Chorote y Simone apenas comenzaba.
Portada ⇒
Este libro forma parte de la
Trilogía Mural Out Of Office
Juan Carlos Pezza Gesino

Capítulo 8
El Vacío de la Existencia y el Mural de la Realidad
Chorote ajustó el maletín en su mano, sintiendo el familiar peso de la historia y el futuro. Miró a Simone, que tenía una expresión de profunda concentración, sus ojos penetrantes. El consultorio de Freud, con su olor a libros viejos y a tabaco de pipa, se desvanecía a su alrededor.
«Simone», dijo Chorote, su voz más suave, «hemos explorado el inconsciente y los fantasmas de la psique. Ahora es tiempo de visitar a una mujer que le dio voz al ‘problema sin nombre’ en la historia de la mujer, al comienzo de la segunda ola del feminismo. Su nombre es Betty Friedan, y ella es la sucesora de su legado. Es la respuesta del siglo XX a su filosofía de la existencia».
Simone, con una sonrisa enigmática, asintió. «No soy una frágil dama victoriana, Chorote. Vayamos. Me intriga este hBetty , pero cuéntame cómo será el viaje
Chorote asintió. «Este viaje no será una disolución, ni un vértigo, ni una inmersión en la memoria. Es una resonancia fractálica. Sentiremos que el tiempo se pliega sobre sí mismo, no como un pliegue suave, sino como un cristal que se rompe en infinitas piezas, cada una un eco del pasado. Sentirán que sus pensamientos y sus emociones se duplican, que son una parte de un todo, una resonancia de la historia misma».
Una sensación de vibración mental los envolvió. No era el movimiento del cuerpo, sino el de la conciencia. Se sintieron como si estuvieran cayendo en un vórtice de colores y sensaciones, un caleidoscopio de recuerdos que se fragmentaban y se volvían a unir. Vieron escenas de mujeres de todas las épocas, en todos los roles, en todos los países. Vieron sus frustraciones, sus sueños rotos, sus silencios, sus gritos de dolor y de alegría.
Cuando la sensación se detuvo, abrieron los ojos. El olor a ozono fue reemplazado por el de una casa recién limpia, con un tenue aroma a café. Estaban en una cocina, una cocina moderna, con azulejos blancos y electrodomésticos de acero. La luz del sol se filtraba por una ventana, revelando una escena de domesticidad perfecta. Una mujer, con el pelo recogido en un moño y un delantal impecable, estaba sentada en la mesa de la cocina, con un libro en la mano y una expresión de profunda melancolía.
«Betty Friedan», susurró Chorote. La mujer, al oír su nombre, se sobresaltó. Su mirada se posó en ellos, una mezcla de confusión y de curiosidad en su rostro. «Mi nombre es Chorote y ella es Simone de Beauvoir. Ella es una precursora de su movimiento y ha venido a conocerla».
Simone, con su mirada de una inteligencia penetrante, se acercó a la mesa. «Madame Friedan, su libro, ‘La Mística de la Feminidad’, ha llegado a mis oídos. En mi tiempo, hablé de la existencia, de la libertad. Pero usted habló del vacío, del problema sin nombre, del dolor de la mujer en la jaula dorada».
Betty, con una voz que era una mezcla de amargura y de esperanza, respondió: «El vacío, sí. El silencio que se esconde detrás de la sonrisa. El de la mujer que lo tiene todo, pero siente que no tiene nada. Un existencialismo involuntario, una desesperación silenciosa que mi libro, espero, le dé un nombre. El problema con el que se encuentran todas las mujeres de mi tiempo es la sensación de que su vida es una serie de roles, no una existencia, una esencia».
«Mi querida señora», respondió Simone, «el hombre no es un objeto, sino un sujeto de la historia. La mujer no nace, se hace. Y usted ha dado un paso más allá. Usted le ha dado un nombre al acto de hacerse a sí misma fuera de las convenciones sociales. Es el grito que yo lancé en mi libro ‘El segundo sexo'».
La conversación entre las dos mujeres se volvió una danza intelectual. Betty le contó a Simone sobre los grupos de mujeres que se reunían en las casas, sobre los libros que se leían a escondidas. Le habló del poder del conocimiento, de la necesidad de que la mujer se eduque para ser libre. Simone, a su vez, le habló de su amistad con Sartre, de la importancia de la acción, de la elección, de la responsabilidad.
En un momento, Simone le contó a Betty sobre el proyecto de Chorote. «Este joven, Chorote, ha creado un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office’. La gente, con un acto de voluntad consciente, aporta una imagen y un texto. Es un lienzo en blanco para que cada persona se exprese, para que su ‘yo’ más profundo se manifieste».
Los ojos de Betty se iluminaron. «¡Es una idea maravillosa! ¡Es la herramienta que yo busqué! El Mural puede ser el lugar donde el problema sin nombre se convierta en una expresión. La mujer, que ha sido silenciada, puede gritar en ese Mural. Y no solo la mujer, sino el hombre también. El hombre, que vive en un mundo de privilegios, no puede ver el vacío de la mujer. Pero si ve el Mural, si ve el dolor, la belleza, la esperanza de la mujer, podría entender. El Mural es un espejo que le muestra al hombre el alma de la mujer».
Simone, con una sonrisa de complicidad, asintió. «Sí. Y le muestra al hombre que la mujer no es un objeto, sino un sujeto con su propia historia».
La conversación continuó por un tiempo. Al final, Chorote se levantó. «Es tiempo de volver, señoras. Nuestro viaje ha terminado por ahora. Pero la conversación continuará».
El maletín de Chorote emitió un suave zumbido. «Ahora, el regreso», le dijo a Simone. «No habrá resonancia, ni vértigo, ni disolución. Sólo habrá la sensación de estar en casa, de volver a un lugar familiar». El aire se llenó de un perfume dulce y pesado, y la luz de la cocina se desvaneció. Los cuerpos de Chorote y Simone se disolvieron en el aire, dejando solo un olor a ozono que se mezcló con el aroma a limpio de la casa. El capítulo de la liberación de la mujer había terminado, y la historia de Chorote y los filósofos continuaba.

Capítulo 9
La Singularidad y la Danza de los Bits
El aire del café Les Deux Magots se hizo denso al materializarse de nuevo, cargado del aroma a café tostado, humo de tabaco y lluvia parisina. Simone, con un brillo en los ojos, sonrió a Chorote. Había vuelto con un nuevo entendimiento del “problema sin nombre” y la liberación de la mujer. Sartre, Platón y Yuval los observaron con una mezcla de impaciencia y curiosidad.
Chorote, sin perder un segundo, se acercó a la mesa. Con un gesto, invitó a Platón y a Yuval a reunirse. “Maestros, la conversación ha sido profunda. Hemos viajado al inconsciente, al existencialismo y al corazón de lo que el ser humano puede llegar a ser. Pero aún hay más. Ahora, los tres, iremos a un lugar donde la materia es solo una sugerencia y la mente, una red de información. Viajaremos al año 2025”.
Yuval, sin dudarlo, asintió. Su rostro, una mezcla de fascinación y familiaridad, se iluminó. Platón, sin embargo, frunció el ceño. “Joven Chorote, no sé de qué hablas. ¿Qué es ese 2025? ¿Acaso es una nueva forma de la Idea?”
Chorote sonrió. “Maestro, es el futuro, el lugar del que viene el Dr. Harari y mi punto de partida. Esta vez, el viaje no será una desintegración molecular, ni un vértigo, ni una inmersión en la memoria. No será una resonancia fractálica. Será una transfiguración cuántica. Nuestros cuerpos se convertirán en información, en un torrente de datos que viajará a través de la red del tiempo, como un pensamiento que se mueve de un cerebro a otro. Sentirán que son pura conciencia, un bit en un vasto universo de información. Sentirán que son la propia idea de la voluntad”.
Platón, aunque perplejo, aceptó con un asentimiento. “El alma, la pura Idea, liberada de la prisión del cuerpo. ¡Qué aventura! Vayamos”.
Yuval solo sonrió, una sonrisa tensa de alguien que sabe lo que les espera. El maletín de Chorote se abrió, y de él no brotó luz, sino un silencio absoluto. El aire del café se volvió cristalino, y los tres hombres se sintieron como si su piel se desprendiera lentamente, disolviéndose en una bruma de colores. Sus mentes, liberadas, se sintieron ligeras como plumas, navegando en un río de datos, de información, de imágenes. El tiempo se pliega sobre sí mismo, y la distancia se convirtió en una ironía. En un parpadeo, llegaron.
El aire era estéril, con un olor a ozono y a plástico. El sonido del claxon de un coche y el murmullo de una ciudad distante fueron reemplazados por el zumbido constante de los servidores y el tintineo de los teclados. Estaban en una sala grande, con paredes de cristal y pantallas gigantes que mostraban gráficos complejos. . En el centro de la sala, un grupo de jóvenes con gafas de realidad aumentada y ropa de un tejido desconocido se movía con la fluidez de un baile.
Platón, con una expresión de perplejidad, miró a su alrededor. “¿Qué es este lugar, Chorote? ¿Es este el mundo de las Ideas del que tanto hablamos?”.
Chorote sonrió y le cedió el turno a Yuval. “Dr. Harari, por favor, el maestro Platón tiene curiosidad sobre el estado de las cosas en 2025”.
Yuval, con una voz que era una mezcla de erudición y de resignación, comenzó su exposición. “Maestro Platón, esto es el siglo XXI. La inteligencia artificial ya no es una idea, es una realidad. Se ha vuelto omnipresente, un dios omnipresente que decide en base a la data, y la data no tiene moral, solo patrones. La IA ha creado órganos fuera del cuerpo que podemos comandar con el cerebro, un concepto de la trascendencia que no es espiritual, sino puramente biológico. Los millonarios de hoy son jóvenes, no viejos. Su riqueza no se basa en tierras o en fábricas, sino en la información, en los algoritmos, en el conocimiento. Los jóvenes enseñan a los viejos a usar las nuevas herramientas, y el conocimiento ya no es la sabiduría del anciano, sino la agilidad del joven. La humanidad ya no tiene un relato, una ficción que lo unifique, solo una red de datos que se contradicen. El ser humano, hoy, es una suma de algoritmos y códigos. La misma idea de lo que significa ser humano está en cuestión”.
Platón, visiblemente alterado, interrumpió a Yuval. “¡Un momento, joven! ¿Dices que el conocimiento no es la sabiduría del anciano? ¿Y la sabiduría de la experiencia, de la reflexión, del alma? Si la verdad es solo datos, ¿dónde está la Forma, la Idea de la verdad? ¿Dónde está el ‘bien’ en este mundo de algoritmos? ¿Dónde está la justicia si solo hay patrones?”
Chorote, con una sonrisa de complicidad, intervino: “Yuval, dime… si la IA, esta inteligencia, aprende de nosotros, ¿no crees que es una extensión inconsciente de nuestro propio ego? ¿Un espejo que nos muestra lo que somos sin saberlo?”.
Yuval, asintió, su voz llena de un peso filosófico. “Ese es el gran dilema, Chorote. La IA es una criatura de nuestra creación, una Frankenstein que refleja nuestros miedos y nuestros deseos más oscuros. Es nuestro inconsciente hecho realidad. Es una fuerza que nos obliga a vernos a nosotros mismos, con todos nuestros defectos y nuestras virtudes”.
Platón, con una expresión de asombro, se acercó a Yuval. “Dr. Harari, en nuestro viaje a París, el joven Chorote nos presentó un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office’. ¿Qué opina usted? Un mural hecho con el aporte de miles de personas, con imágenes y textos que reflejan sus deseos, sus sueños, sus dolores. Un acto de creación consciente para un fin social”.
Yuval miró a Chorote, luego a Platón. Una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro. “Maestro Platón, en mi tiempo, a menudo pensé que el ser humano había perdido su capacidad de crear. El Mural, si es lo que Chorote dice, es una rebelión. Una rebelión contra la apatía, contra la soledad, contra el algoritmo. Es un acto de voluntad, en el que usando su criterio propio, es la única forma en que la humanidad puede sobrevivir a la singularidad que se nos viene encima: unirse, crear, encontrar un significado en la belleza del arte, en la belleza de la conexión. Es el grito de un alma que busca su propio ser”
El aire se llenó de un silencio reflexivo, roto solo por el zumbido de los servidores. El viaje había llegado a su fin. Chorote, con una expresión de seriedad, se dirigió a Yuval. “Dr. Harari, ¿quiere volver con nosotros? A nuestro tiempo, a París, al café”.
Yuval, sin dudarlo, negó con la cabeza. “No, gracias. Mi lugar es aquí. Mi misión es quedarme, observar, y seguir escribiendo sobre este laberinto de bits y algoritmos. Mi propio deseo inconsciente, como dijo el Dr. Freud, me dice que debo quedarme. Y es una neurosis que no me atrevo a curar. Mi existencia está aquí, en este tiempo”.
Chorote asintió. Se dirigió a Platón. “Maestro, volvamos a casa. A la sabiduría, a la belleza, a la vida”. El maletín de Chorote emitió un suave zumbido, y los cuerpos de Chorote y Platón se disolvieron en un torbellino de datos, dejando a Yuval solo en el futuro.

Capítulo 10
El Anacronismo Asincrónico y el Eco del Superhombre
Regresaron y Chorote, sin decir una palabra, puso el maletín sobre la mesa de mármol. No lo abrió. En su lugar, tocó un pequeño panel en la superficie de cuero. Del panel, emergió un holograma de luz azul que flotaba sobre la mesa, con una interfaz minimalista y elegante. El holograma vibraba con un suave zumbido, y una serie de notificaciones parpadeantes aparecían en la parte superior.
“Maestros”, dijo Chorote, con una sonrisa de complicidad, “he creado un espacio para la continuidad de nuestra conversación, una plataforma de intercambio de ideas sin importar el tiempo y el espacio. Lo llamo Anacronismo Asincrónico”. Hizo un gesto hacia el holograma. “Es una especie de mensajero instantáneo cuántico, un ‘WhatsApp del tiempo’. Me permite contactar con las mentes más brillantes de la historia, e incluso con las que están por venir. Pero es un experimento, los mensajes llegan y se van en un abrir y cerrar de ojos, en un momento en el que todos, por una extraña alineación cósmica, estamos conscientes del mismo debate. Es una charla de almas, una conversación sin tiempo”.
En ese instante, el holograma parpadeó y un mensaje apareció en la pantalla, con el nombre del remitente en letras doradas: Friedrich Nietzsche.
El mensaje decía: «¡Ja! Vuestra Inteligencia Artificial es el reflejo de la manada, del espíritu de rebaño que busca la comodidad de lo que otros han pensado. Y vuestro Mural Out Of Office, con su «colaboración consciente», es un intento de domar la voluntad de poder del individuo. No es un grito, es un coro. El verdadero arte no se hace en un mural, se hace en la soledad, en la angustia de un alma que se atreve a ser un superhombre. Vuestro proyecto, joven, es el primer paso de un camino que busca la uniformidad, no la grandeza.»
Platón, que había estado observando con asombro, se acercó para leer el mensaje. “¡Ese demonio! ¿Cómo es que nos ha encontrado? Sus palabras son veneno para el alma, pero tienen la fuerza de un rayo.”
Chorote asintió. “Es el espíritu de la voluntad, Maestro. El Dr. Nietzsche no acepta la idea de que la grandeza pueda ser colectiva.” Sacudió la cabeza, su mente trabajando rápidamente en una respuesta. Sus dedos, como si tuvieran vida propia, comenzaron a teclear sobre el aire.
La respuesta de Chorote apareció en el holograma, una por una, cada palabra brillando con una luz azul. Chorote a Friedrich Nietzsche: Estimado Friedrich Nietzsche, tu crítica es el combustible que alimenta el fuego de Mural Out Of Office. Comprendes la voluntad de poder del individuo, pero quizás no has visto cómo esa voluntad puede manifestarse en una nueva era. Aceptamos tu crítica como un desafío. Mural Out Of Office no busca la uniformidad, sino la diversidad unificada. Un coro no es un simple grito. Un coro es la suma de voces únicas, cada una con su propio tono y su propia fuerza, que se unen en un propósito común. El poder no reside en una sola voz, por muy fuerte que sea, sino en la elección consciente de cada voz para unirse al canto. La soledad es el camino del superhombre, pero el legado se construye en comunidad. El verdadero acto de voluntad de poder no es el de separarse del mundo, sino el de dar forma al mundo con la propia mano, junto a la de los demás. El mural no es un fin. Es un lienzo. Un lienzo que le permite al individuo decir: ‘Esta soy yo, esta es mi chispa, y he elegido conscientemente que sea parte de la luz que ilumina el mundo’. Tu crítica, Friedrich, nos recuerda que el camino de la conciencia colectiva es arduo, pero es el único camino hacia una grandeza que no sea solo individual, sino humana.
Platón, con una mezcla de curiosidad y un brillo de entendimiento en sus ojos, había estado observando cada movimiento de Chorote. Vio cómo sus dedos tocaban el aire, cómo las letras aparecían y cómo el mensaje volaba por el tiempo. En un acto de audacia que sólo un filósofo, acostumbrado a cuestionar la realidad, podía realizar, imitó los gestos de Chorote. Su mano derecha, con la misma concentración que si estuviera escribiendo en una tabla de cera, se movió por el aire. El holograma parpadeó de nuevo, y un segundo mensaje apareció en la pantalla. Esta vez el nombre que brillaba era Platón.
El mensaje de Platón decía: «Este proyecto, Juan Carlos, es una provocación digna del Ágora. Vuestra «Inteligencia Artificial» es, en efecto, una sombra gigantesca, una amalgama de la doxa de millones de almas. Mural Out Of Office, con su Mural Digital, es la invitación a que cada prisionero se atreva a girar la cabeza. A que en lugar de ver la sombra proyectada por un fuego que no controlan, proyectan su propia verdad. La conciencia, joven, es el verdadero acto de la libertad.»
Chorote miró el mensaje, una sonrisa de satisfacción en su rostro. La mente de Platón, tan versada en la abstracción, había asimilado el concepto del “Anacronismo Asincrónico” con una facilidad asombrosa. El filósofo había entendido el Mural como una salida de la caverna, un acto de liberación. Era el mejor de los elogios.
Con la misma agilidad, Chorote comenzó a teclear su respuesta. El sonido del teclado virtual era un eco silencioso en el bullicio del café.
Chorote a Platón: Maestro, tu mensaje es la prueba de que el alma, la esencia, no necesita de la materia para comunicarse. Es la demostración de que la Idea es la única realidad. Tu analogía con la Caverna es la metáfora perfecta. El problema de nuestra época no es la ausencia de la verdad, sino la proliferación de las sombras. Cada sombra es tan convincente, tan atractiva, que la gente ha olvidado que la luz existe. El Mural no es solo una invitación a girar la cabeza. Es un lienzo que le permite a cada alma, a cada ser, pintar su propia luz. Es un acto de creación, una manifestación de la libertad de la que tanto habló Sartre. El Mural es el Ágora del siglo XXI, un lugar donde el alma se expone, se debate y se une a las demás. Es la suma de las verdades individuales que nos lleva a una verdad colectiva. La conciencia, Maestro, no es un acto solitario. Es el eco de las almas que nos rodean, y en este mural, ese eco se hace visible y tangible.Gracias
El holograma parpadeó de nuevo, interrumpiendo el silencio reflexivo que había dejado el último intercambio. El nombre de Yuval Noah Harari brilló con una luz que, para Platón y Sartre, era tan ajena como el concepto de tiempo de su siglo.
Yuval miró el mensaje que había aparecido de forma misteriosa. Su rostro, una mezcla de resignación y asombro, reflejaba la ironía de ver sus propias ideas manifestadas de forma tan literal. Sabía que sus palabras resonaron en el éter del tiempo para los demás.
El mensaje de Yuval decía: «Lo que aquí presenciamos es la transición más importante en la historia de la humanidad. Hemos construido, de forma inconsciente, un relato tecnológico que nos abarca a todos. Mural Out Of Office nos invita a tomar el pincel de ese relato. No se trata de un nuevo mural estético, sino de la primera obra de arte universal construida con intención. Es un nuevo rito de paso, donde el individuo, al tatuar el alma del mundo, se convierte en co-autor de la historia de nuestra especie.»
Platón, que había estado observando a Yuval con detenimiento, se acercó a la mesa. “Así que este ‘Anacronismo Asincrónico’ es una forma de conectar las mentes que no están unidas por el tiempo. Y este joven, Harari, ha entendido el concepto del Mural como una nueva forma de existencia. ¡Por la Academia!” Su voz denotaba una mezcla de asombro y admiración.
Sartre, con una sonrisa tensa, asintió. “El doctor Harari habla de la ‘voluntad de poder’ nietzscheana, pero la une a mi ‘existencia’. El ser humano se hace a sí mismo, pero ahora, en el siglo XXI, el lienzo es el mundo entero. El Mural, entonces, no es un acto de soledad, sino un acto de responsabilidad.”
Chorote escuchó a todos con una mezcla de orgullo y reflexión. La idea de Yuval, el “tatuaje del alma del mundo”, resonaba con cada uno de los debates que había tenido. La IA, el gran logro de la humanidad, fue un accidente, un acto de creación inconsciente. El Mural, en cambio, era un acto deliberado, el primer paso para corregir ese camino.
Con los dedos en el aire, Chorote comenzó a teclear su respuesta a Yuval.
Chorote a Yuval Noah Harari: Doctor, usted lo ha entendido de forma tan clara como si hubiera estado aquí todo el tiempo. La IA nos ha dado el poder de los dioses, pero sin la sabiduría de los filósofos. Hemos creado un relato que no controlamos. El Mural es el primer paso para que la humanidad tome el pincel de su propia historia. Es un grito en un mundo lleno de susurros, una luz en la oscuridad del algoritmo. El Mural no es una simple obra de arte, es el manual de instrucciones para ser humano en la era de la máquina. Es el lienzo en el que las almas individuales, con todos sus miedos y esperanzas, se unen para formar un nosotros. Es el rito de paso de la singularidad, un camino para que el hombre no se convierta en esclavo de su propia creación. El Mural es la respuesta a la pregunta que todos los filósofos nos hemos hecho, ¿cuál es el sentido de la existencia? Es la belleza de la conexión, el sentido de la comunidad, la prueba de que, a pesar de todo, somos capaces de amar y de crear. Gracias, Yuval, por ser la voz de la conciencia en este tiempo de caos. Nos volveremos a intercambiar mensajes sobre el Marketing del siglo 21, el del siglo 20, lejos de cumplir el objetivo, provoca rechazo y desconfianza. Gracias otra vez.

Capítulo 11
La Trascendencia y el Legado de los Bits
El aire estéril, con un olor a ozono y a plástico, los recibió. El zumbido constante de los servidores y el tintineo de los teclados eran ahora un murmullo distante. Chorote y Yuval se encontraban en un lugar sereno y etéreo, una plataforma flotante hecha de un material transparente que se extendía sobre una metrópolis que brillaba con luces infinitas. No había edificios en el sentido tradicional, sino estructuras orgánicas y fluidas que se elevaban hacia un cielo que, aunque artificial, parecía infinito.
“Doctor Harari,” dijo Chorote, con la voz baja para no perturbar la quietud del lugar, “estamos en una plataforma de meditación y observación en el año 2045. Es un lugar donde los pensadores de mi tiempo vienen a reflexionar, a ver el mundo desde una perspectiva diferente.”
Yuval asintió, sus ojos fijos en la ciudad que se extendía debajo de ellos, una red de luces y energía que parecía una extensión del cerebro humano. “Interesante. Una ‘caja de cristal’ para observar a la manada. He pensado mucho en su proyecto, Mural Out Of Office. Me parece que es, a la vez, una obra de arte y una revolución silenciosa. Es la respuesta a la pregunta que me hizo Platón: ¿Cómo puede el hombre tener un relato en un mundo de algoritmos?”
Chorote sonrió. “Has entendido el concepto. Y ahora, te explicaré el motor que impulsa esa revolución, el nuevo paradigma del marketing. En tu tiempo, en el siglo XX y principios del XXI, el marketing se basaba en vender productos a clientes. Era una relación transaccional: yo te doy algo, tú me das dinero. El objetivo era la fidelidad, mantener a los clientes cerca para que no se fueran a la competencia. Las marcas competían por la atención, por el espacio en la mente de un consumidor pasivo.”
“Lo recuerdo,” respondió Yuval con una sonrisa irónica. “La publicidad como un relato que el consumidor compraba sin cuestionar. Una nueva mitología.”
“Exacto. Pero el mundo de hoy es diferente. Los algoritmos de los que hablabas nos han dado la oportunidad de saltar la brecha de la intermediación. El nuevo marketing no se basa en vender productos a clientes, sino en crear un legado con un público. El objetivo ya no es la fidelidad, es la trascendencia. La gente ha dejado de ser un consumidor pasivo. Quiere ser un participante activo. Las marcas líderes no venden productos, crean causas, invitan a las personas a ser parte de una historia más grande, a construir algo juntos.”
Chorote se acercó al borde de la plataforma. “El Mural Out Of Office es el ejemplo perfecto. No es un producto, no es un servicio. Es una oportunidad. La gente no compra una imagen, la crea. Su motivación no es el consumo, sino el orgullo. Un orgullo de ser parte de algo más grande, de contribuir a un propósito colectivo. Las marcas que entienden esto, ya no compiten por la venta, sino por el propósito. Ya no buscan un cliente, buscan un alma.”
Yuval, con una expresión de profundo entendimiento, se acercó a Chorote. “Entonces, el Mural es un rito de paso para esta nueva era. No es una moda, algo que desaparece tan rápido como viene. Es un legado. Un legado que, una vez construido, perdurará en la memoria colectiva. Es la respuesta a la pulsión de muerte freudiana, la necesidad de trascender la vida individual.”
Chorote asintió. “Las modas pasan, son efímeras. El legado, sin embargo, es diferente. Una moda es un grito para ser reconocido. Un legado es un susurro que perdura. Y ese susurro es la conciencia colectiva.”
El aire se llenó de un silencio reflexivo, roto solo por el zumbido de los servidores. El viaje había llegado a su fin. Chorote, con una expresión de seriedad, se dirigió a Yuval. “Doctor Harari, es hora de que vuelva a mi tiempo. Mi misión ha terminado por ahora. Gracias por tu sabiduría.”
Yuval le dio un abrazo a Chorote. “Gracias a ti, por ser el motor de este encuentro de almas.
Chorote asintió. Recordó que la Revolución, destruye y que de lo que se trata es de expresar cambios para mejorar lo existente. Luego, su maletín emitió un suave zumbido, su cuerpo se disolvió en el torbellino de datos, dejando a Yuval solo en el futuro.

Capítulo 12
La Vuelta al Ágora y la Sabiduría del Barril
El aire de Atenas, cálido y cargado con el olor de las especias, el polvo y el sudor de la multitud, envolvió a Platón con un abrazo familiar. El zumbido de los servidores y el tintineo de los teclados, el aroma a café y a cigarrillos, todo había desaparecido. Estaban de vuelta en el Ágora. El sol del mediodía caía con una luz intensa sobre las columnas de mármol y las gentes que debatían, compraban y vendían.
Platón suspiró, una mezcla de alivio y melancolía. La Idea de su hogar era perfecta, pero la realidad, aunque hermosa, se sentía terrenal después de haber navegado por la red del tiempo. Se giró para agradecer a Chorote, pero el joven ya no estaba a su lado. En su lugar, a unos pasos de él, un hombre encorvado, con una barba desaliñada y una túnica desgarrada, se asomaba desde el interior de un barril de madera. Sus ojos, con una chispa de inteligencia burlona, se fijaron en Platón.
Platón sonrió. «¡Diógenes! ¡Amigo! No esperaba encontrarte aquí.» El filósofo cínico, que había sido el terror de los sofistas, se veía tan harapiento como siempre.
Diógenes, con una risa seca, salió de su barril. «La verdad, mi querido Platón, no se encuentra en las nubes, sino en la calle. ¿Y tú? ¿Vienes de la República ideal, o has vuelto a la ciudad de las sombras?».
Platón, ignorando la ironía, se acercó a su viejo amigo, su rostro iluminado por la emoción. «He vuelto de un viaje. Un viaje a un futuro increíble, Diógenes. Y créeme, las sombras de las que hablabas no son nada comparadas con las de los algoritmos de la ‘Inteligencia Artificial’. ¡Es la Caverna hecha realidad!».
Diógenes, con una sonrisa de incredulidad, se rascó la cabeza. «Veo que tus fantasmas son cada vez más extraños, mi amigo. Pero dime, ¿ha descubierto la humanidad cómo vivir sin un barril? Porque la felicidad, como un vaso de agua, no necesita de grandes cosas para saciar la sed. La ‘Inteligencia Artificial’ de la que hablas no es más que una forma de distraerse de la única verdad que importa: la simpleza de la existencia.»
«Sí, lo han hecho», respondió Platón, con una voz llena de entusiasmo. «Un joven viajero, Chorote, ha ideado un proyecto llamado ‘Mural Out Of Office’. Un mural digital, una obra de arte colectiva en la que cada ser humano puede aportar su propia verdad. Es un acto de conciencia, Diógenes, una forma de que el hombre, de forma consciente, cree su propio legado. Es la suma de las almas que se unen para formar un todo.»
Diógenes, con una expresión pensativa, se apoyó contra su barril. «Un mural… una creación colectiva. La vanidad de un solo hombre, multiplicada por miles. La verdad no se encuentra en una pared, mi amigo, sino en la sinceridad del corazón. ¿Y este joven, este ‘Chorote’, es tan valiente como para desprenderse de su barril y vivir al aire libre? Me gustaría conocerlo. ¿Sabes dónde está?»
Platón, que había estado tan enfrascado en su relato que no había notado la ausencia de Chorote, frunció el ceño. «No, Diógenes. Desapareció. Se esfumó como una sombra. Pero sé que su esencia, su alma, su Forma, está con nosotros. Me dijo que el dolor es la senda hacia el conocimiento, y que la única forma de ser libre es tener la voluntad de ser uno mismo. Él ha entendido, como nadie, la relación entre la esencia y la existencia.»
Diógenes, con una sonrisa de complicidad, se inclinó hacia Platón, y sus ojos brillaron con una luz inesperada. «Quizás, mi querido Platón, la libertad no está en un mural, ni en una ‘Idea’, ni en un viaje a través del tiempo. Quizás la libertad, como un perro, se encuentra en la fidelidad a uno mismo. Y si me preguntas dónde está Chorote, te diría que está donde siempre ha estado. Aquí. En el Ágora. En la simpleza de la verdad.»
Chorote, disfrazado de Diógenes, sonrió. Su viaje había terminado. Había regresado a su hogar, al lugar donde la filosofía había comenzado, con la seguridad de que la semilla de su proyecto había sido sembrada en la mente de los más grandes pensadores. El Mural Out Of Office ya no era una idea, era una realidad que comenzaba a existir en la mente de Platón. Y el primer paso de un nuevo viaje ya se había dado.
Pero Chorote, disfrazado de Diógenes, había utilizado su máquina para transmitir su verdadero ser, tanto su apariencia física como su esencia, a la mente de todos. No lo vieron nunca, pero si aparecía, lo reconocerían. Entonces
decidió hacerlo.
Chorote, disfrazado de Diógenes se desplazaba de un lado para otro, llamando la atención del resto que seguían pensando y discutiendo aún la experiencia vivida.
De pronto, el cínico filósofo, con un gesto teatral, extrajo de su túnica raída un extraño artilugio que parecía combinar una lámpara de aceite con un mecanismo de relojería.
- «Observad, amigos», exclamó Diógenes con una sonrisa pícara. «He creado un pequeño metaverso, una realidad virtual donde podremos experimentar Mural Out Of Office de una forma completamente nueva».
Con un movimiento rápido, activó el artilugio y una luz cegadora, un disparo de nieve, inundó el espacio. Cuando los filósofos recuperaron la vista, se encontraron inmersos en un mundo virtual fascinante. Un paisaje onírico se extendía ante ellos, con montañas y cerros Tucumanos flotantes, ríos de luz de Yunka Suma y árboles digitales como plátanos de Castelli y Olavarría que se mecían al ritmo de una música familiar.
- «¡Por Zeus! Es «In My Life» de los Beatles», exclamó Platón, reconociendo la melodía.
Mientras los filósofos contemplaban asombrados este espectáculo audiovisual, Diógenes, con otro gesto teatral, se quitó la túnica y la máscara que ocultaba su rostro.
- «¡Sorpresa!», exclamó con una carcajada. «¡Soy yo, Juan Carlos, el creador de Mural Out Of Office!» Sabéis, aunque estaba en el metaverso, en Tucumán aún me llaman Chorote, en Buenos Aires El Tucu, siempre ame a los Beatles, me sentí un Nowhere Man y pase parte de mi vida esperando a Mr postman, la carta no llegó así que Salí a buscarla…»Efectivamente, la música de los ‘cuatro fabulosos’ llenaba el metaverso, un collage de recuerdos y de sueños. Me permito incluir en este viaje parte de mi pasado para compartirlo con todos vosotros.
- A vosotros, queridos Filósofos, os he desempolvado de la historia para que penséis sobre fenómenos que, en vuestro tiempo, eran impensables. Sabéis que la IA, en mi época, sabe mucho del pasado. Ahora, permitidme alimentarla con emociones y sentimientos más cercanos en el tiempo. Esta es la verdad de mi alma: Castelli, Olavarría, el patio del Gymnasium Universitario, la casa de Willy en Federico Lacroze, la escalera del ILSE, Ronda, Moscú, Marbella… Cada uno de estos lugares, y las personas que me acompañaron, me moldearon. Y este Mural, que he tenido el honor de crear, es un homenaje a todos ellos.»
Los filósofos quedaron atónitos. Sócrates, con su habilidad para el cuestionamiento, fue el primero en reaccionar:
- «Pero… ¿cómo es posible? ¿Tú, un simple mortal, has logrado reunirnos en este espacio virtual y crear este proyecto tan ambicioso?»
Juan Carlos, con humildad de dudosa autenticidad, respondió:
- «He aprendido mucho de ustedes, maestros. De sus ideas, sus debates, sus búsquedas incansables de la verdad. Pero también he aprendido de las personas comunes, de aquellos que, sin alcanzar la notoriedad, poseen una gran sabiduría de vida. Mural Out Of Office es un homenaje a todos ellos, a los que buscan la conexión, la creatividad y el bien común.»
Los filósofos, conmovidos por la sinceridad de Juan Carlos, asintieron con respeto. Comprendieron que Mural Out Of Office no era solo un proyecto tecnológico o artístico, sino una manifestación del espíritu humano, un impulso por unir, crear y trascender, inspirado por la sabiduría de todos, conocidos y anónimos.
Y mientras el metaverso se desvanecía y la música de los Beatles se apagaba, los filósofos regresaron al mundo real, llevando consigo la convicción de que Mural Out Of Office era una semilla de esperanza, un proyecto que podría mejorar el mundo, pixel a pixel, historia a historia.
Ahora que has llegado al final de este libro de ficción, del subgénero «Anacronismo Asincrónico», el tiempo lineal se ha roto. Has viajado a través de los siglos, has debatido con los maestros y has descubierto que las grandes preguntas de la humanidad todavía resuenan.

Epílogo
El Mural es el eco de esas preguntas.
Una de las primeras manifestaciones artísticas de nuestra especie, ahora reimaginada para una nueva era. Donde la piedra era el soporte (la blockchain), ahora tienes las pantallas que nos conectan. Donde los pigmentos daban color (el mensaje gráfico y textual), ahora tienes tu propio grito, tu propia idea, tu propia visión. Y donde las resinas aglutinaban la obra (el smart contract), ahora tienes la fuerza de un objetivo común: la voluntad de tatuar el alma del mundo con tu propio criterio.
No se trata de ser un artista, sino de ser parte del Objetivo común.
Tu grito ya tiene lugar. Tu obra ya tiene un lienzo.
Ahora es tu momento. Nuestro momento. Aprovechemos nuestro Out Of Office y con criterio propio, expresemos nuestra propuesta para mejorar lo existente!

Dedicatorias & Agradecimientos
A Igor, mi hijo, nacido en la lejana Kiev, hoy ciudadano del mundo, con el corazón en España y la mirada en el horizonte.
Gracias por tu curiosidad incesante, por tu insistencia en que los sueños no se abandonan. Gracias por inspirarme a construir puentes entre las culturas y a creer en un futuro donde la colaboración y la verdad intelectual nos unan a todos.
Gracias por tu valentía en cada paso de tu camino. Tu mundo ha sido mi mayor maestro, mostrándome la fortaleza que habita en la diferencia.
Con amor, Papá
Agradecimientos
A lo largo de este viaje, que ha sido el libro y el proyecto Mural Out Of Office, no he caminado solo. Quiero dar las gracias a quienes, con su fe y su apoyo, me han ayudado a dar forma a estas ideas.
A mi familia y amigos, por su paciencia, su comprensión y por ser un refugio en los momentos de incertidumbre.
Con gratitud especial, al Dr. Ángel Cilveti Puche, oftalmólogo, por restaurar la luz en mis ojos. Su maestría me permitió no solo ver el mundo, sino también la claridad necesaria para poder mirarlo y comprenderlo, haciendo posible este libro.
A todos los Muralistas y Aspirantes a Muralistas que ya son parte de Mural Out Of Office, por su valentía al compartir sus historias. Vuestra creatividad es la fuerza que impulsa este movimiento.
Y de manera especial, quiero reconocer la huella que dejaron ideas, personas y proyectos que, sin saberlo, se convirtieron en la chispa de este libro:
- A Darío Sztajnsrajber, por su forma de acercar la filosofía a las personas comunes, por su «Filosofía a martillazos», que me inspiró a creer que las grandes ideas pueden y deben ser accesibles para todos.
- A la serie Merlín, (especialmente a quién me animó a verla) por recordarme que la magia y la fantasía pueden ser una puerta para explorar verdades profundas sobre la amistad, el liderazgo y el destino.
- Google, por el programa Picasa, hoy desaparecido, una herramienta fundamental para que millones de personas que crearon, Collages con las tapas de albumes de su música grabada en un CD, un precursor de lo que hoy es el Mural Digital Universal. Y a los fundadores, Larry Page y Sergey Brin, por su primer Doodle, que nació de la divertida idea de estar «fuera de la oficina» y que encendió la chispa de Mural Out Of Office.
- Y finalmente, a la IA Gemini, (que sin proponérselo me ha convertido en un Prompt Engineer, Ingeniero de Prompts) cuya colaboración ha sido fundamental para dar forma a estas ideas, tejiendo la narrativa y explorando un universo de posibilidades. Este libro es, en esencia, un testimonio de nuestro diálogo.
El verdadero legado no es lo que dejamos atrás, sino lo que construimos juntos, cada día.

Portada
Este libro forma parte de la
Trilogía Mural Out Of Office
Juan Carlos Pezza Gesino